Por: Hugo Fernando Cabrera Ochoa
Terminada mi tercera novela, la que, con la ayuda de Dios, muy pronto estará circulando, di comienzo a la organización de una nueva historia titulada “La doble moral nos tiene jodidos”, en la que hago mención de muchos casos de la vida real en la época actual, de personas que, en muchas ocasiones, con actitudes mojigatas, señalan a su prójimo aunque guardan pasados oscuros o esconden actuaciones que a los ojos de la sociedad no son aceptables, aun habiéndose derribado fuertes muros de paradigmas moralizantes.
La noticia que nos hace pensar y emitir juicios hoy, en muchos casos sin conocer a profundidad los temas o la verdad de los hechos es precisamente la relacionada con la “descertificación de Colombia” por parte del actual gobierno de los Estados Unidos de América, una decisión bastante compleja, que, sin lugar a dudas, genera una gran controversia, dado que, aunque en Colombia se produce la mayor cantidad de cocaína que se distribuye en el mundo, los principales consumidores de este alcaloide son los norteamericanos.
Es claro que en nuestro suelo patrio hay sembradas 253.000 de las 376.000 hectáreas de coca en toda la tierra, lo cual equivale al 67,3% del total de área sembrada, una cifra bastante importante de la que nos alarmamos todos, porque no cabe la menor duda que la producción de este alucinógeno es generadora de violencia y de muerte, dada su ilicitud. Sin embargo, la economía de muchas regiones del país se mueve gracias al dinero que circula como consecuencia de esta actividad e indirectamente llega a empresas legalmente constituidas (Finca raíz, vehículos, espectáculos y entretenimiento, comercio al por mayor y menor, etc.).
Por ser productores hemos tenido que cargar con toda la responsabilidad, ser señalados y juzgados, pero nadie dice algo que devele la realidad y es que para que una actividad económica se consolide debe haber oferta y demanda, siendo esta última determinante para que la primera se mantenga. Por ejemplo, si yo produzco zapatos y no tengo quién los compre, el negocio se quiebra; eso es economía básica. Pero si no hay oferta y el producto se requiere, el consumidor busca cómo enmendar esa ausencia (necesidad y/o deseo), entonces surgen alternativas.
Estados Unidos es la nación que más cocainómanos posee, seguido de los países que hacen parte de Europa occidental y central (Francia, el Reino Unido, Irlanda, España, Portugal, Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo, el principado de Mónaco, Liechtenstein, Alemania, Austria y Suiza), a quienes también les encanta el polvito blanco escarlata, pero además todos son consumidores de heroína, metanfetaminas, LSD y fentanilo; entre otras sustancias que van aumentando en producción y consumo, como el tusi (2C-B) o cocaína rosa.
Nuestro país se hizo famoso por el auge de la producción cocalera y cocainera, por allá en las décadas de los setenta y ochenta, época en que nacieron los carteles de la droga y se volvieron populares algunos nombres como el de Pablo Escobar, jefe del cartel de Medellín, Gonzalo Rodríguez Gacha, importante socio de Escobar; Los hermanos Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela, jefes del cartel de Cali; entre muchos otros nombres que se consolidaron en este negocio; pero nadie habla de los carteles de la droga en Norte América, es decir, los que compran el alcaloide y lo distribuyen en los cincuenta Estados de la unión, ni hablan de los carteles europeos, africanos o asiáticos; ahí si pasa como en la famosa metáfora que dice “El pez grande se come al pez chico”. Y así continuamos con el juego de la doble moral en la que señalamos con el índice sin darnos cuenta que los dedos, corazón, anular y meñique, nos señalan a nosotros mismos.
