Ruber Bustos Ramírez
Yo nací entre cafetales. Crecí escuchando el canto de los pájaros, el rumor del río y el sonido de las ramas cuando el viento pasa entre los árboles. Desde pequeño, supe que el café no era solo una planta: era parte de nuestra vida. Por eso, cuando escuché hablar de la Ruta Mágica del Café aquí en el Huila, sentí algo muy profundo. Era como si, por fin, alguien estuviera reconociendo todo lo que somos.
Esta ruta no solo muestra cómo se cultiva el café. Muestra quiénes somos los que lo cultivamos. Muestra nuestras manos, nuestras montañas, nuestras casas y nuestras historias. La gente viene y no solo prueba un café especial: conoce una forma de vida. Y eso, para nosotros, vale más que cualquier aplauso.
Me da mucho orgullo saber que este proyecto nació en 2021, con apoyo de la Gobernación y otras instituciones, pero, sobre todo, con el trabajo de nosotros, los campesinos. Hoy ya hay más de 80 fincas abiertas al turismo, restaurantes, cafés especiales y muchas familias que han encontrado en esto una nueva forma de vivir del café.
El Huila tiene unos paisajes mágicos, sí, pero lo más valioso es la gente que los cuida. Aquí no solo sembramos café: sembramos vida. En nuestras fincas hay árboles, ríos, aves, insectos, flores. Hay respeto por la tierra. Y cuando los visitantes lo ven, se maravillan. Dicen que nunca habían sentido tanta paz, tanto verde, tanto olor a campo. A veces, eso nos hace valorar aún más lo que tenemos.
Y dentro de esta ruta mágica está también, el corregimiento de Silvania, en Gigante. Un rincón que este año celebra más de 74 años de historia y que marcó mi vida con el nacimiento de mi mamá. Allí estamos los caficultores, los que seguimos creyendo en el campo. Los que madrugamos cada día con esperanza. Los que sentimos que este recorrido nos devuelve a nuestras raíces. Porque sí, esta ruta no solo atrae turistas: también nos enseña a nosotros mismos a valorar lo que somos.
Cuando veo familias enteras visitando nuestra finca, preguntando por los procesos del café, tomando fotos de las montañas, yéndose felices con una libra de café tostado, siento que algo está cambiando. Que ahora el mundo nos mira con otros ojos. Que ya no somos invisibles.
Esta ruta nos ha dado la oportunidad de mostrar lo mejor del Huila. De enseñar que detrás de cada taza de café hay una historia, hay esfuerzo, hay amor por la tierra. Y ojalá muchos más puedan recorrerla, no solo con los pies, sino con el corazón.
Porque aquí, en el campo, entre cafetales, también se encuentra la magia. La que no se compra, la que nace del trabajo honesto, del cariño por la tierra y del orgullo de ser cafetero.








