Por: Oscar Eduardo Trujillo Cuenca
Hoy en día, todo es para ya. Nos encontramos en una sociedad que nos impulsa a correr sin parar, a no descansar, a sentir que, si no estamos al máximo de productividad o interacción social, estamos perdiendo el tiempo. La inmediatez ha invadido cada rincón de nuestra existencia, desde el trabajo hasta el ámbito social y familiar, y aunque parezca una ventaja, este ritmo vertiginoso nos está llevando a vivir al límite, muchas veces sin darnos cuenta.
En el contexto laboral, la exigencia de respuestas inmediatas ha llevado a muchos a trabajar bajo presión constante, de correos urgentes, reuniones imprevistas y entregas exprés; todo esto nos quita tiempo para la creatividad, la reflexión y el descanso. Nos han hecho creer que estar ocupados todo el tiempo es sinónimo de éxito, cuando en realidad puede ser una trampa que nos desgasta física y mentalmente.
En el ámbito social, la necesidad de responder mensajes al instante, compartir contenido constantemente o mantenernos al tanto de todo lo que ocurre en las redes nos ha hecho esclavos de la hiperconexión, donde las interacciones se aceleran, suelen ser superficiales y nos falta tiempo para los instantes auténticos. En el entorno familiar, la prisa se traduce en menos momentos de calidad, compartir en la mesa se convierte en un ritual mecánico, las charlas se vuelven breves y nos sentimos como si todo fuera una carrera contra el reloj.
¿Cómo equilibrar esta realidad?
No podemos negar que la inmediatez ofrece beneficios, pero debemos reflexionar sobre si estamos malgastando demasiado tiempo en el camino. Presento aquí algunas propuestas para contrarrestar el impacto de esta cultura del “todo ya”:
- Establecer tiempos de pausa: No todo tiene que ser urgente, es fundamental poner límites y aprender a decir «esto puede esperar».
- Fomentar la concentración y la calidad: En lugar de hacer todo rápido, prioricemos hacer las cosas bien, con calma y atención.
- Rescatar los momentos sin prisa: Desde una conversación profunda hasta una comida sin distracciones; valorar esos espacios ayuda a reducir la ansiedad.
- Revisar nuestras prioridades: A veces, la inmediatez nos hace olvidar qué es realmente importante, preguntarnos qué vale la pena y qué no es clave para equilibrar nuestra vida.
Si continuamos permitiendo que la prisa lo gobierne todo, podríamos acabar viviendo sin sentido. La inmediatez debe ser una herramienta, no una imposición. Aprender a darle valor al tiempo, a los procesos y a la calma puede ser el primer paso para recuperar el equilibrio en nuestras vidas.
Después de todo, ¿de qué sirve correr tanto si no disfrutamos el camino?








