Colombia presume de una recuperación económica con cifras positivas en el PIB, el consumo y el empleo, pero detrás de esos indicadores se esconde un modelo frágil: crecimiento en sectores de baja productividad, empleo atomizado en la informalidad y un consumo sostenido por remesas. Un espejismo que, según expertos, erosiona la base productiva y acerca al país a una crisis de ajuste.
DIARIO DEL HUILA, ECONOMÍA
La economía colombiana atraviesa un momento que, visto desde la superficie, parecería alentador. Las cifras oficiales hablan de un crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) de 2,1% en el segundo trimestre de 2025, una tasa de desempleo en descenso y un consumo de los hogares que no se detiene. Sin embargo, detrás de ese panorama optimista se esconde una fractura profunda en la estructura productiva del país: el crecimiento se sostiene en sectores de baja productividad, en la expansión de la informalidad laboral y en un consumo financiado por remesas, mientras la inversión se desploma y la confianza empresarial se resquebraja.
El reciente informe del Instituto de Ciencia Política Hernán Echavarría Olózaga (ICP) alerta sobre lo que denomina “un crecimiento sin capital”: un modelo que aparenta dinamismo, pero que en realidad consume su base productiva, comprometiendo el desarrollo futuro y acercando al país a una crisis de ajuste inevitable.
El espejismo del PIB
El PIB creció un 2,1% en el segundo trimestre de 2025, pero ese número, que en los titulares de prensa se presenta como un síntoma de recuperación, oculta un fenómeno más inquietante: la concentración del dinamismo en actividades de baja intensidad de capital y alta informalidad.
Las actividades artísticas, de entretenimiento y recreación lideraron el crecimiento con un 7,5%, seguidas por el comercio al por mayor y menor con 5,6%. Sectores que, aunque generan movimiento inmediato, no construyen la base productiva de largo plazo que un país necesita para sostener su desarrollo.
En contraste, los sectores estratégicos intensivos en capital se desplomaron. La explotación de minas y canteras cayó un 10,2%, y dentro de la industria la fabricación de maquinaria y equipo se redujo en 7,2%. El país, en palabras del informe, “consume su base productiva para sostener un auge de consumo”.
Esto configura una paradoja: Colombia crece, pero lo hace desde la periferia de su estructura productiva, no desde el núcleo que le daría sostenibilidad.
Empleo: más ocupación, pero menos calidad
El otro dato que alimenta la sensación de recuperación es la caída del desempleo. Para julio de 2025, la tasa de desocupación se redujo a 8,8%, con 766 mil personas más ocupadas frente al año anterior. No obstante, una mirada más fina revela un panorama preocupante: el empleo que crece es el del trabajo por cuenta propia, que ya representa el 40,8% del total de ocupados, es decir, casi 10 millones de personas.
El empleo formal empresarial, en cambio, retrocede. Entre julio de 2024 y julio de 2025 se destruyeron 117 mil puestos de empleadores. En otras palabras, hay más gente ocupada, pero en condiciones precarias, atomizadas y sin la posibilidad de generar economías de escala.
La informalidad laboral alcanza un 55% a nivel nacional, y en sectores clave como la agricultura llega al 84,5%. Incluso las actividades artísticas y de entretenimiento, que lideran el crecimiento, operan con un 72% de informalidad. Es decir, los sectores que hoy sostienen el PIB son los mismos que consolidan la precarización laboral.

El informe es categórico: “El crecimiento económico no está ocurriendo a pesar de la informalidad, sino a través de ella”.
Consumo sin producción: el peso de las remesas
El motor más visible del crecimiento actual es el consumo de los hogares, que creció 3,8% en el segundo trimestre de 2025. Pero ese dinamismo no se origina en la capacidad productiva interna, sino en un ingreso externo: las remesas de los migrantes colombianos, que alcanzaron un récord de 12.780 millones de dólares en el último año, con un incremento anual de 15,2%.
El dato es revelador: las remesas ya superan los ingresos por exportaciones de petróleo y gas, y se han convertido en el verdadero sostén del consumo interno. Esto implica que buena parte de la demanda agregada colombiana depende del trabajo de connacionales en el exterior, y no de la generación de riqueza en el propio territorio.
El problema es que esta fuente de ingreso no fortalece la estructura productiva local. Según la teoría económica clásica, la demanda debería provenir de la oferta, es decir, del valor generado internamente. Pero cuando el consumo se financia desde fuera, se rompe esa relación, y se construye un espejismo de prosperidad desvinculado de la capacidad real del país para sostenerlo.
Inversión: la gran ausente
Mientras el consumo se acelera, la inversión productiva se rezaga. La Formación Bruta de Capital Fijo (FBCF) apenas creció un 1,7% en el mismo periodo, muy por debajo del crecimiento del consumo. Más grave aún: no se ha logrado recuperar los niveles previos a la pandemia.
La inversión extranjera directa (IED) tampoco ofrece un panorama alentador. Tras caer un 16,2% en 2024, apenas creció un 1,5% en el primer semestre de 2025. El mensaje es claro: ni los inversionistas locales ni los extranjeros confían en la estabilidad económica del país.
La caída de la inversión significa menos capacidad para innovar, menos empleo formal de calidad y, en última instancia, menos crecimiento futuro. El informe del ICP lo resume como “la señal más clara de que el auge actual no tiene cimientos sólidos”.
Comercio exterior: más importaciones, menos exportaciones
Otro punto débil es la balanza comercial. Mientras las importaciones crecieron 10,7%, las exportaciones apenas lo hicieron en un 0,7% en el primer semestre de 2025. Medido en volumen, el país exportó un 18,9% menos que en 2024, arrastrado por la caída del sector carbonífero.
La paradoja es que Colombia compra cada vez más al exterior, pero vende menos. El déficit comercial se amplía, y con él la vulnerabilidad externa de la economía.
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El trasfondo: una economía distorsionada
El análisis del ICP va más allá de los datos puntuales. Desde la perspectiva de la Escuela Austriaca de Economía, el problema central es que Colombia está acortando su estructura productiva: privilegia el consumo inmediato y sectores de bajo capital, mientras destruye aquellos que garantizan productividad a largo plazo.
La informalidad no es un simple problema de evasión regulatoria, sino una respuesta adaptativa a un entorno institucional que castiga la formalidad. En lugar de empresas fuertes capaces de innovar y generar empleos de calidad, la economía se fragmenta en millones de microactividades de subsistencia.
Esto, a su vez, erosiona la base tributaria y explica la crisis de recaudo que atraviesa el Estado. En 2024, la caída de ingresos fiscales fue presentada como un “shock imprevisible”, pero en realidad fue la consecuencia de políticas que desincentivaron deliberadamente a los sectores formales e intensivos en capital, como la minería y la industria.
Consecuencias sociales y políticas
La aparente recuperación, lejos de fortalecer al país, está sembrando las bases de una futura crisis. El empleo atomizado impide que los trabajadores mejoren su productividad y sus ingresos. El consumo sostenido por remesas crea una falsa sensación de bienestar, mientras la inversión se retrae y el comercio exterior se deteriora.
En este contexto, la economía corre el riesgo de entrar en un ciclo de inestabilidad: inflación, caída de la confianza, déficit fiscal y crisis externa.
El informe advierte que el modelo actual es “una prosperidad artificial que enmascara una pre-crisis económica”.
¿Hay salida?
El ICP plantea que revertir esta tendencia requiere un cambio de paradigma: seguridad jurídica, reglas claras, estímulo a la inversión y protección de los derechos de propiedad. Sin confianza en el largo plazo, los empresarios seguirán prefiriendo actividades de corto retorno, y los trabajadores continuarán atrapados en ocupaciones de subsistencia.
El reto es monumental. Significa pasar de un modelo que privilegia el consumo presente, sostenido por flujos externos, a uno que fomente la acumulación de capital interno, la innovación y la productividad.
De no hacerlo, la aparente recuperación de hoy puede convertirse en la crisis de mañana.
Colombia vive un espejismo económico. Los números macroeconómicos sugieren recuperación, pero los cimientos se erosionan. El PIB crece gracias a sectores de baja productividad; el empleo se expande a costa de la precariedad; el consumo depende de remesas externas; la inversión colapsa; y la balanza comercial se deteriora.
El país enfrenta, en suma, una “prosperidad artificial” que podría desembocar en una crisis estructural. El desafío es reconocer a tiempo la fragilidad de este modelo y emprender reformas que devuelvan al país a una senda de crecimiento genuino, basado en capital, innovación y confianza.

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