Por: Mario Solano
Hoy se cierra un ciclo marcado por la presencia luminosa de Aníbal Roa Villamil. Se va un ser querido, pero nos deja un legado imborrable, tejido con recuerdos entrañables y enseñanzas silenciosas. Quienes tuvimos el privilegio de compartir su camino, sabemos que su vida fue una celebración constante de la familia, la amistad y la generosidad. Gozaba de la vida social como pocos, encontraba alegría en los gritos de los niños, y su casa, siempre abierta, era un refugio cálido para todos.
Admirábamos su fortaleza física, esa energía inagotable que parecía brotarle del alma. Cuando alguno de nosotros se quejaba del cansancio, él respondía con una sonrisa burlona y un regaño cariñoso. Recuerdo con nitidez aquellas jornadas de golf, donde después de recorrer 18 hoyos con entereza, me miraba con complicidad y decía: “¿Jugamos los otros 18?” y los jugábamos. Era un hombre incansable. Pero más allá de su vitalidad, Aníbal fue, ante todo, un hombre de familia. Modesto hasta el extremo, nunca hizo alarde de sus logros ni de su éxito. Una vez —y sólo una— lo vi celebrar un triunfo económico. Llegó a casa, me miró con esa chispa en los ojos y dijo: “Acompáñeme a un whisky, que hoy me fue bien en un negocio”.
Fue uno de los pocos momentos en los que expresó satisfacción por un logro material, como si el reconocimiento fuera un lujo que no se permitía. Los fines de semana estaban reservados para lo sagrado: el almuerzo familiar. Era su ritual, su manera de reunirnos, de darle sentido a la vida. En una conversación sobre el mundo empresarial, le pregunté cuál creía que había sido la clave del éxito del Molino Roa. Su respuesta, sencilla pero poderosa, me quedó grabada: “Nunca nos repartíamos las ganancias. Siempre reinvertimos todo en el negocio”.
Y así fue, desde los días en que secaban arroz y café al sol en un patio, hasta alquilar un viejo molino, y finalmente adquirir aquel terreno en las afueras de Neiva. Solo un día que le fallaron sus fuerzas, no pudo caer, a su lado estaba, Clara Inés, su esposa y soporte. Aníbal Roa Villamil no fue solo un empresario exitoso. Fue un pilar, un ejemplo de humildad y constancia. Su legado no está solo en lo que fundó, sino en la forma en que vivió: con entrega, con amor, con una serenidad que inspira.
Hoy lo despedimos con gratitud. Y aunque su ausencia se siente honda, su memoria nos acompaña, fuerte y viva, como él.








