Han pasado cuatro décadas desde la avalancha que borró a Armero del mapa y dejó más de 23000 vidas truncadas. Colombia presenció, impotente y horrorizada una tragedia anunciada, advertida y evitable.
Duele la memoria de Armero porque no habla solo de una erupción volcánica: habla de un país que no escucho a sus científicos, que desatendió las alertas, que minimizó los riesgos y que permitió que la vida humana fuera sacrificada a raíz de la inercia institucional.
Recordar a Armero es un acto de humanidad y de responsabilidad colectiva. Es reconocer a las familias que perdieron generaciones completas, a los sobrevivientes que reconstruyeron su vida entre el dolor y el desplazamiento, y alas víctimas que solo se hicieron visibles cuando ya era demasiado tarde. La memoria también es el lugar donde Colombia debe preguntarse: ¿Qué aprendimos realmente? ¿Estamos preparados? ¿Hemos cambiado?
La tragedia de Armero revela fallas sistémicas que siguen vigentes: El Estado no actuó a tiempo, pese a reportes científicos que advertían con meses de anticipación del comportamiento del Nevado del Ruiz. La desinformación y falta de pedagogía del riesgo impidieron que la población entendiera la gravedad de lo que venía. La negligencia institucional convirtió un fenómeno natural en un desastre social evitable. La ausencia de justicia histórica ha mantenido abiertas las heridas: no hubo responsables, nunca hubo reparación integral. Quedaron familias completas detenidas en el tiempo, sueños que nunca se cumplieron. Entre tantos silencios, la memoria de la niña-Omayra- dio un rostro humano a la tragedia, aún hoy nos pregunta con su mirada intacta: ¿Por qué no hicieron nada cuando aún había tiempo?
Este fue un evento prevenible. Desde 1984 el Servicio Geológico Colombiano y expertos internacionales emitieron reportes que describían el aumento de actividad sísmica, la posibilidad real de lahares (ríos de lodo), el riesgo directo para Armero y otras poblaciones del rio Lagunilla. Había mapas, estudios, y recomendaciones claras, pero no se tomaron decisiones vinculantes, la falta de coordinación entre entidades fue crítica y reflejó una institucionalidad fragmentada y burocrática. Esta tragedia ocurrió en medio de un país convulsionado por el asalto y retoma del Palacio de Justicia, ocurrido una semana antes, la violencia del narcotráfico que marcaba la agenda. en ese contexto la gestión del riesgo no ocupó un lugar significativo.
Si bien, Armero dio origen al Sistema Nacional para la Prevención y Atención de Desastres aún hoy persisten: Debilidad en la gestión del riesgo, corrupción rampante en esa entidad desde hace décadas, falta de recursos para ciencia y monitoreo, urbanización en zonas de alto riesgo, desigualdad que convierte fenómenos naturales en tragedias sociales.
Armero no es solo un recuerdo doloroso. Es la prueba viva de que la prevención salva vidas y que la memoria exige responsabilidades. Esta tragedia predecible y evitable revela un Estado que falló antes, durante, y después de ella, por no prevenir, por no responder y por no garantizar transparencia, trazabilidad y justicia.








