Por: Harold Salamanca
“Perdió la batalla”, “luchó hasta el final.” ¿De verdad tenemos que hablar así del cáncer?
Durante años, lo hemos envuelto en palabras de guerra. Como si recibir un diagnóstico fuera alistarse a combatir. Como si cada consulta fuera una trinchera, cada tratamiento un campo minado. Pero la verdad es que no estamos hablando de soldados. Estamos hablando de personas. De cuerpos, de miedos, de historias, de familias.
Decir que alguien «perdió la batalla» no solo duele: también desinforma. Porque no se trata de ganar o perder. No es una competencia. ¿Qué decimos entonces de quien murió? ¿Que no luchó lo suficiente? ¿Que no fue lo bastante fuerte? No. La verdad es que vivió con lo que pudo, como pudo, hasta donde pudo. Y eso ya es enorme.
Las palabras importan. Y más aún cuando estamos tocando algo tan profundo como la vida y la muerte. El lenguaje que usamos moldea lo que pensamos, lo que sentimos y cómo acompañamos. Cuando hablamos del cáncer como una guerra, dejamos fuera a quienes no se curan, a quienes eligen cuidados paliativos, a quienes simplemente transitan la enfermedad a su manera. Y eso también merece respeto.
Lo que necesitamos es un nuevo relato. Uno más real, más humano. Uno que entienda que hay fuerza en la fragilidad, que no todo dolor es heroico, y que hay una dignidad silenciosa, profunda, incluso en los momentos finales. A veces, no se trata de pelear. Se trata de estar, de sostener, de soltar.
Y es que como líderes, medios, profesionales de salud o simplemente como personas, tenemos una gran responsabilidad: decir mejor lo que decimos. Usar palabras que abracen, no que juzguen. Que acompañen sin imponer, que honren sin necesidad de glorificar.
Hablemos del cáncer con más verdad, con más compasión. Porque a veces, una sola palabra puede ser un refugio… o una herida. Ya es momento de cambiar, de construir un lenguaje que no excluya. Uno que sea puente, no sentencia. Entre el miedo y la esperanza,
entre el diagnóstico y la dignidad.
Y en ese nuevo lenguaje, también cabe el silencio. Porque no siempre hay que llenar los espacios con metáforas de lucha. A veces, lo más honesto es estar en silencio junto a quien sufre, sin apurar consuelos. Reconocer que el dolor existe, que la incertidumbre pesa, y que no todo necesita ser transformado en una historia de superación. Aceptar el momento como es: humano, imperfecto, real.








