Por: Ramiro Andrés Gutiérrez Plazas.
Aprovechando que junio es el mes de la concientización sobre salud mental masculina, quiero hablarles de un tema que ha marcado mi vida: el suicidio. No es fácil hablar de ello, pero es necesario. Este desolador capítulo llegó a mi vida cuando tenía 11 años de edad. El 26 de enero de 1998, cuando mi papá tomó la decisión de quitarse la vida en su oficina.
A partir de ese día, una pregunta ha venido rondando mi mente: ¿Por qué lo hizo? Durante todos estos años, por mi cabeza han pasado múltiples razones, pero estoy seguro que nunca llegaré a saber la verdadera. Le pregunté a varias personas que estuvieron cerca de él si había dado alguna pista o señal, si había hablado al respecto. Lo que me decían era que había estado callado, un poco pensativo, pero jamás expresó lo que realmente sentía. Esto me hace preguntar: ¿Y si hubiera hablado con alguien? ¿Y si de pronto se hubiese sentido escuchado?
Con el paso del tiempo, empecé a obsesionarme más y más con este tema tan doloroso. Y es que las cifras son realmente escandalosas. Al año, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 730.000 personas mueren por suicidio en el mundo, y entre el 85% y el 90% de esos casos corresponden a hombres. En Colombia, según el Instituto Nacional de Medicina Legal, en lo que va del año 2025, se han reportado 885 suicidios, de los cuales 714 fueron cometidos por hombres. En el departamento del Huila, se han registrado 29 casos, 20 de ellos, también hombres.
Estas cifras me hicieron preguntarme, ¿por qué que somos lo hombres más propensos a suicidarnos? Considero que, en gran parte, la respuesta está en el concepto de masculinidad con el que nos criaron. Cargamos con una idea tóxica de lo que significa ser hombres, esa que nos obliga a mostrarnos fuertes, a no demostrar nuestro lado vulnerable, a creer que ir donde un psicólogo es de frágiles y locos, que el éxito es ser millonario y que el fracaso es vergüenza. Le tenemos miedo a expresar nuestros problemas por temor a ser considerados débiles. Creemos que, si no tenemos dinero, no somos nadie.
Vivimos tan enfocados en cumplir con las expectativas que creemos que la sociedad nos ha impuesto, que nos olvidamos de buscar nuestro propósito de vida, disfrutar el hoy y valorar quienes somos en realidad. Estamos constantemente comparándonos con los demás, perdidos en el ruido de una sociedad que no permite pausas ni vulnerabilidad, no nos permitimos escuchar nuestros sentimientos y saber que todos hacen parte de nosotros: felicidad, enojo, ansiedad, tristeza, dolor … no hay que sentirnos avergonzados de ellos, somos humanos. Nos creemos tan importantes que nos olvidamos de disfrutar lo esencial, nuestra familia.
Mi invitación es a que hablemos, nos desahoguemos, busquemos ayuda profesional, reconozcamos que somos seres humanos, que ir a terapia no es un signo de flaqueza, es un acto de valentía, que vivir vale la pena y por último que tengamos en cuenta esto: «Lo que quieres matar no está en la carne, está en el alma… Y esa no muere con tu muerte».








