Por: GERARDO ALDANA GARCÍA
La literatura, en su forma más pura, no es un espejo que nos devuelve la imagen que deseamos ver, sino una ventana que nos obliga a mirar hacia el dolor que preferimos ignorar. La novela de Luis Ignacio Murcia Molina, ¡Ya no más, Maritza!, se erige como esa ventana ineludible, un libro que, más que contar una historia, nos presenta un diagnóstico profundo de las heridas silenciosas que persisten en nuestra sociedad, con el suicidio como un doloroso matiz del drama que muchas niñas padecen desde el seno de su propio hogar en donde progenitores, con asombrosa y desconcertante desnaturalización humana, condenan a su progenie al dolor, la frustración, la desdicha.
La novela de Murcia es un acto de valentía formal al desvelar su drama en tres partes, utilizando una estructura que es un lamento poético y un grito. Los capítulos impares funcionan como un coro universal, refiriendo reflexiones sobre los suicidios de mujeres famosas; mientras que los capítulos pares nos atan al realismo crudo de la vida de Maritza en Pitalito. En este juego de pares e impares, transcurre la ficción, sostenida por el realismo más lacerante que el autor ha propuesto. La protagonista, que destaca como narradora, es, ante todo, una víctima del incesto por parte de su propio padre, un trauma que aniquila la posibilidad de amor y esperanza, dejando una cicatriz psicológica que no logra superar. «Su cuerpo estaba inerte para el amor», una frase que impacta y resume la soledad y el dolor de una mujer cuya intimidad fue violentada, condición que la lleva a la decisión final e irreversible.
Nacho, como se conoce cariñosamente al autor, ancla este drama personal en la memoria social viva de Pitalito. Maritza no es un fantasma en el éter; está ubicada en la historia, en el vibrante barrio Cálamo, cuya memoria se remonta a la invasión de una comunidad que buscaba un lugar bajo el sol. Aquí, la protagonista encuentra un breve respiro en su gusto por el baile, citando a cultoras como Lolita Olave, y conviviendo con personajes que son ecos del territorio en educación y música, como el personaje Tecapo o el músico Olave. Es la tragedia de una vida noble—aquella que baila y busca arraigo—aplastada por el dolor heredado y el silencio cómplice. La perturbación de Maritza al conocer, desde su ámbito de estudiante, el suicidio de la poeta Alfonsina Storni no es casual. Es el punto donde el trauma personal se encuentra con el destino universal. Alfonsina, que se entregó al mar, y Maritza, que se rinde ante la desesperación, son dos arquetipos del dolor que la sociedad patriarcal se niega a suturar. La obra nos enseña que el fracaso de Maritza no es individual; es un fracaso colectivo.
La lección que la novela nos arroja a los pies es objetiva y urgente: la desesperación no es una debilidad personal, sino la última frontera del dolor a la que llega un ser humano cuando el sistema lo ha despojado de sus válvulas de escape. El aporte de Luis Ignacio Murcia Molina es inmenso: al concentrar su obra en el universo femenino, el autor se identifica con un pensamiento crítico que prioriza la sanación de esas heridas. El autor siempre aparece ligado a las mujeres porque es allí donde encuentra la valentía para narrar la verdad de nuestra humanidad.
Resulta de mucho interés social analizar que el dolor de Maritza, la protagonista de Murcia nos grita que la solución a la zozobra nacional no puede ser solo macroeconómica o política, sino que debe ser fundamentalmente educativa. El escritor Samael Aun Weor, en su obra Educación Fundamental, nos legó el axioma que hoy se vuelve urgente: si aspiramos a una sociedad mejor, debemos, sin dilación, educar al individuo. La tragedia de la novela es la prueba fehaciente del fracaso de la primera escuela del alma: el hogar. Cuando la psicología doméstica está fracturada por el incesto, el abuso y la ceguera patriarcal, la sociedad solo recibe individuos heridos que perpetúan el dolor. Es imperativo que la familia se reconozca como el santuario primordial de la conciencia, donde se siembra la ética y el respeto por el prójimo. Solo cuando el individuo sea liberado de sus traumas desde la cuna, Colombia dejará de ser una nación que hereda sus sombras. El grito: Ya no más, Maritza, es, por doloroso que sea, un llamado a esta Revolución Educativa que comienza en la intimidad de cada casa.
Creo que es justo decir que, ¡Ya no más, Maritza! es un patrimonio cultural inmaterial valiosísimo para Pitalito y para todo el Huila. Reta a que los gestores, creadores y la comunidad en general, tomen las reflexiones de la novela para traducirlas en políticas de respeto, educación emocional y verdadera igualdad de género. Es un libro que duele leer, pero que urge incorporar a nuestro diálogo cívico, pues solo al nombrar la sombra, podremos encender la luz de un auténtico bienestar social.








