Nunca había sentido un San Pedro tan frío, tan desconectado, tan distante del espíritu que alguna vez nos unió como pueblo. Más allá de la programación o del nivel de los eventos, lo que duele es ver cómo esta fiesta que nos hacía sentir orgullo hoy parece naufragar entre la apatía de muchos y el desorden de otros.
Los organizadores no han logrado darle un alma clara al festival. Los desfiles aún conservan algo de esa majestuosidad ancestral que nos emociona, pero el resto de la programación se diluye sin fuerza, sin innovación, sin capacidad de convocar. No hay conexión con las nuevas generaciones, ni un hilo conductor que nos recuerde por qué esta fiesta importa.
Y como si eso no bastara, lo que estamos viendo en las calles nos preocupa profundamente. Riñas, agresiones, consumo desbordado de alcohol, violencia sin sentido… ¿Cómo llegamos a esto? El comportamiento de la gente está desdibujando el sentido del festival. Lo que debería ser una celebración de nuestras raíces, hoy se convierte en una excusa para el caos. Estamos perdiendo la esencia del civismo, del respeto, de la fiesta compartida.
Necesitamos con urgencia reconstruir el San Pedro. Hacerlo más cívico, más urbano, más familiar. Que la cultura vuelva a ser el centro y no un relleno. Que los eventos estén pensados para todos los públicos, especialmente para quienes aún pueden aprender a amar esta tradición: nuestros niños y jóvenes.
Y necesitamos algo más: que esta fiesta vuelva a tener impacto. Porque lo cierto es que hoy el Festival del Bambuco no está aportando nada a la reactivación del turismo. No estamos atrayendo visitantes, no estamos generando dinamismo económico, no estamos proyectando al Huila como un destino cultural vibrante.
El San Pedro no puede seguir siendo una celebración desdibujada y localista. Debe ser una fiesta del país. Pero para eso, necesitamos visión, liderazgo, planeación y, sobre todo, ciudadanía. La fiesta no puede mejorar si nosotros como ciudadanos no cambiamos también.
Es hora de volver a creer. Pero también de volver a comportarnos a la altura de lo que decimos amar.








