Este 19 de abril, la Iglesia Católica conmemora el Sábado Santo, una jornada de profundo silencio y meditación, enmarcada dentro del Triduo Pascual, que se extiende desde la tarde del Jueves Santo hasta el Domingo de Resurrección.
Esta fecha no es solo una pausa entre el dolor de la crucifixión de Jesús y la alegría de su resurrección, sino una oportunidad para que los fieles acompañen simbólicamente el cuerpo de Cristo en el sepulcro y esperen, con fe, el cumplimiento de la promesa de vida eterna.
El Sábado Santo se caracteriza por la ausencia de celebraciones eucarísticas durante el día. Los templos permanecen en silencio, sin música ni ornamentos, y el sagrario permanece vacío, en señal de que Cristo ha muerto. No se celebra la misa ni se administra la comunión, salvo en casos de extrema necesidad. El altar está desnudo y no se realiza ninguna liturgia hasta la noche.
Es también un día en el que la Iglesia invita a los creyentes a acompañar a la Virgen María en su dolor, reconociendo su papel como madre silenciosa y esperanzada ante el misterio de la muerte de su hijo.
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Solo al caer la noche tiene lugar la Vigilia Pascual, considerada la celebración litúrgica más importante del año cristiano. Este rito inicia con la bendición del fuego y del cirio pascual, símbolos de la luz de Cristo que vence la oscuridad. Luego se proclaman las lecturas que narran la historia de la salvación, desde el Génesis hasta el Evangelio de la Resurrección.
La Vigilia Pascual es también el momento en que la Iglesia administra los sacramentos de Bautismo, Confirmación y Eucaristía a los nuevos miembros de la comunidad cristiana.
El Sábado Santo, aunque solemne, es una antesala llena de esperanza, que invita a los fieles a esperar con fe la Resurrección de Cristo, centro de la vida cristiana.
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