En Colombia, una frase que se ha vuelto casi habitual en las conversaciones entre comunidades y sus autoridades locales es: «es que no hay plata». Este eslogan, que resuena con frustración en muchos rincones del país, ha llegado a convertirse en un argumento recurrente de excusa para la inacción. Sin embargo, detrás de esta escueta respuesta se encuentra un importante dilema: la responsabilidad que debería asumir el Estado y que, en muchas ocasiones, recae sobre las propias comunidades.
Uno de los ejemplos más evidentes de esta desatención gubernamental es el mal estado de las vías. En muchos municipios, la falta de inversión estatal ha llevado a los ciudadanos a organizar mingas, jornadas colectivas de trabajo donde se unen recursos y esfuerzos para intentar solucionar problemas que son, en esencia, responsabilidad de las autoridades. Esta situación no solo refleja un deficiente manejo de los recursos públicos, sino que también socava la confianza de los ciudadanos en sus líderes.
Es común observar que, en lugar de utilizar los limitados recursos que reciben del gobierno nacional de manera estratégica y efectiva, muchos alcaldes optan por gastar lo que hay en cumplir favores políticos, contratando a personas que, a menudo, no tienen la idoneidad necesaria para desempeñar sus cargos. Esta falta de visión y compromiso con la comunidad perpetúa el ciclo de pobreza y abandono del que tanto se habla, pero que tan pocos se atreven a abordar de manera efectiva.
Sin embargo, existe una alternativa real y esperanzadora que debería ser considerada por los líderes locales en Colombia: la creación de equipos especializados enfocados en la búsqueda de inversión privada, alianzas estratégicas con universidades y apoyo internacional. Este enfoque proactivo no solo podría diversificar las fuentes de financiamiento, sino también fomentar un sentido de corresponsabilidad entre la comunidad y sus autoridades.
Un ejemplo inspirador de esta dinámica se encuentra en Renca, Chile, donde se implementó una iniciativa conocida como «La Fábrica». Este municipio, que enfrentaba problemas similares a los nuestros, decidió transformar su realidad a través de la creación de una entidad híbrida. La Fábrica se presenta como una corporación ágil, con mentalidad privada, pero presidida por el alcalde, enfocada en perseguir un propósito público claro y definido. A diferencia de los enfoques tradicionales que dependen únicamente de la financiación externa, La Fábrica comenzó su proceso creando confianza, estableciendo un catalizador institucional que llamó a la colaboración y al trabajo conjunto.
Este tipo de iniciativas demuestran que, en lugar de resignarse a la falta de recursos, es posible generar una cultura de cooperación y solidaridad que permita a las comunidades salir adelante. Los municipios colombianos tienen la oportunidad de mirar hacia modelos exitosos y adaptarlos a su contexto. La implementación de estrategias como la de La Fábrica puede ser el primer paso para romper con el ciclo de dependencia y desconfianza. Si los alcaldes comienzan a priorizar la creación de confianza y alianzas, en vez de sucumbir ante la fácil justificación de la falta de recursos, estaremos hablando de un cambio significativo en el tejido social y económico de nuestras comunidades.








