Diario del Huila

Reliquias del siglo XX

Jul 14, 2025

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Por: Mario Solano

La Organización de los Estados Americanos (OEA) y la Organización de las Naciones Unidas (ONU), son objeto de serias críticas por su ineficacia, en el escenario global del siglo XXI donde se exige una profunda transformación. La OEA, fundada en 1948, estableció entre sus pilares fundacionales la promoción y consolidación de la democracia representativa, como acciones solidarias frente a actos de agresión a la democracia. No obstante, en la práctica no ha logrado desempeñar un papel determinante en los países donde se ha quebrado el orden democrático. ha sido señalada por su falta de contundencia ante crisis políticas en la región, en especial aquellas marcadas por la pérdida de derechos civiles fundamentales.

En casos como Venezuela y Nicaragua, la justificación de su existencia se limita a la visibilización y documentación oficial de las violaciones a los derechos humanos, produciendo informes que servirán como prueba para eventuales procesos judiciales. Esta labor, aunque valiosa, se desarrolla bajo una estructura burocrática excesivamente costosa, lo cual resulta cuestionable para una organización que carece de herramientas reales para restaurar la democracia o proteger efectivamente los derechos humanos. Su papel ha quedado reducido al de simple relator de las atrocidades cometidas.

El gran desafío de estas instituciones es adaptarse a las necesidades del siglo XXI, respondiendo con agilidad, legitimidad y eficacia en defensa de las democracias. La pregunta esencial es cómo pueden servir mejor a las sociedades que dicen representar. Una solución sería la conformación de una fuerza multilateral efectiva, capaz de intervenir en contextos de crisis para restablecer el orden democrático, incluso si ello implica el uso legítimo de la fuerza bajo un mandato colectivo. Solo así, se podría garantizar la defensa real de los principios democráticos.

Si estas organizaciones no se reforman de manera sustancial para cumplir con su misión fundacional —la defensa activa de la democracia y los derechos humanos—, su existencia pierde sentido. Deberían entonces reducir su tamaño y funciones, limitándose a ejercer un rol documental y de conciencia histórica frente a las barbaries del mundo. No obstante, si su propósito es salvaguardar las democracias y servir de contención frente a aquellos que, bajo el disfraz de demócratas, instauran regímenes autoritarios, es indispensable que se transformen y doten de herramientas efectivas para enfrentar dichos desafíos. Es preferible que se reformen y cumplan su cometido, antes que persistir como reliquias inoperantes de otro tiempo.

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