Desde los barrios de Neiva, al son del retumbar de las tamboras, el chucho, la puerca, el tiple y la esterilla, niños, niñas y adolescentes, con su propio esfuerzo y por amor a la cultura y el folclor, intentan mantener viva la tradición del rajaleña, ritmo propio de esta región, para que no desaparezca de las festividades.
DIARIO DEL HUILA, ASÍ VA EL FESTIVAL
Por: Francy Villarreal Ruiz
El rajaleña que se siente, compone y entona en el Huila es una de las expresiones culturales más auténticas de Colombia. Nació en el campo, especialmente en lo que hoy corresponde al norte del departamento. Incluso, se reconoce que, desde tiempos antiguos, se ‘tunan’ rajaleñas —en el sentido más libre de esta expresión: tocar, cantar, bailar y divertirse— en todo el Huila e incluso en el Tolima.
Los jornaleros solían crear y entonar coplas picantes, cargadas de ironía, humor y doble sentido, mientras adelantaban sus labores en el campo. Se presume que la palabra ‘rajaleña’ hace alusión directa a una de las tareas más comunes en las haciendas, y por extensión, se usa para referirse a la crítica o al acto de ‘rajar’ del prójimo.
Sin embargo, esta expresión se ha convertido en una de las más importantes manifestaciones del pueblo huilense, mezcla de folclor y jolgorio característico de las fiestas de mitad de año. Lamentablemente, hoy corre el riesgo de desaparecer debido al cambio generacional y la irrupción de nuevas tecnologías.
“Porque siento que revive mucho las épocas antiguas, épocas muy alegres, y son momentos que siempre quedarán guardados en nosotros. Por eso les digo a los jóvenes que hagan como nosotros: se integren a grupos así, porque eso nos regala momentos muy lindos y revive la cultura”.
Esa es la mayor motivación de Andrea Catalina Pérez, joven integrante del grupo de rajaleñas Los Palmunos, de la Comuna Diez de Neiva, quien, luciendo su traje campesino, subió al escenario para, al son del rajaleña, animar al público que cada año espera escucharlos durante las festividades de San Juan y San Pedro en la capital huilense.
Andrea, junto con otros jóvenes, busca transmitir esta herencia identitaria de la cultura huilense, que ha trascendido de generación en generación y que hoy la impulsa a alegrar con su arte a quienes aún conservan el gusto y el amor por esta manifestación cultural.

Rajaleñas, un legado que resiste
Armel Claros, gestor cultural y director de la agrupación musical Intiraymi de Neiva, ha transmitido a su hija María Salomé este legado familiar, motivado por el amor a lo propio:
“Precisamente el tema es construir semilla, permanecer en el legado, sobre todo en el rajaleña. Es la identidad cultural más importante del departamento del Huila en estas fiestas. Se trata de transmitirla de padres a hijos, a todas las personas, para que cultivemos esa identidad en nuestros niños”.
Claros también hizo un llamado a las instituciones educativas para que implementen este tipo de música en la formación de los niños y les inculquen el valor del folclor, que se ha visto desplazado por nuevos ritmos como el reguetón y la música popular:
“Hay que crearles a los niños el gusto por estas tradiciones que desafortunadamente se van perdiendo. También invito a los padres a que los incluyan y los sumerjan en el folclor, en escuelas de formación como Batuta, el Conservatorio, y les inculquen el valor de lo nuestro”.
Agregó que, a la falta de apoyo institucional e interés por la cultura, se suma la escasa asistencia de público a los eventos donde se promueven estas iniciativas:
“Desafortunadamente, a este tipo de eventos asiste muy poca gente, pero vemos plazas abarrotadas cuando se presenta un artista de fuera. No estoy en contra de ningún género musical, pero es muy triste que solo los padres de los niños participantes sean quienes asistan”.

Cultivando semillas culturales
El profesor Bryan Liscano, de Batuta y la Fundación Tuco Reina, habló sobre la importancia de cultivar desde temprana edad la interpretación del rajaleña, uno de los ritmos más representativos del Huila:
“Eso va desde la base. Nuestro enfoque es cultivar desde muy pequeños a los niños para que continúen este legado que nos dejaron nuestros ancestros. El rajaleña se está perdiendo con el tiempo y la poca asistencia de los huilenses a los eventos así lo demuestra”.
Liscano atribuye esto a la diversificación de otros ritmos musicales, que han desplazado esta tradición. No obstante, reconoce que aún hay gestores culturales que trabajan para conservar estos ritmos enfocándose en los niños:
“Algunos padres también hacen esa labor de reconocimiento, generando en sus hijos el gusto por esta música. Muchos lo han tomado de forma muy positiva”.
Finalmente, señaló la necesidad de que las instituciones y los gobiernos apoyen estas iniciativas desde los barrios:
“Los niños ensayan por gusto, pero necesitan quien los guíe. Se puede incentivar desde los colegios y las instituciones públicas, donde siempre hay niños dispuestos a aprender”.

Gestor cultural a pulso
La historia de Gerardo Dussán, del grupo de rajaleñas Los Guipas del Cóndor, del barrio Granjas Comunitarias de Neiva, refleja el esfuerzo de quienes, sin formación musical profesional, promueven el folclor con pasión.
“Soy operador de maquinaria pesada. Llevo seis años desde que inicié este proyecto. El grupo está conformado por vecinos del sector, incluidas mis dos hijas. No soy profesor de música, pero hemos investigado, conocido músicos, preguntado y decidimos darles esa iniciativa a los niños para que aprendan y le tomen gusto al folclor. Ya nos hemos presentado en varios escenarios”.
Junto a sus vecinos, Gerardo se ha convertido en un pilar de la fiesta de San Juan y San Pedro, con un propósito claro: no perder la identidad del rajaleña.
“Tenía un grupo vallenato, pero al ver la poca asistencia a los eventos tradicionales, decidí cambiar. Tenemos un arte tan bonito, una cultura que hay que apoyar. Cambié todo y empecé de cero. Debemos ser más regionalistas, invitar a los huilenses a que nos apoyen. Esta es nuestra cultura, nuestra identidad”.
Pidió además que estas actividades reciban más promoción por parte de los gobiernos, usando los medios adecuados para convocar al público y llenar los escenarios.

Menos tecnología, más cultura
Manuel Alexis Viriguapáez, joven rajaleñero del grupo Guipas del Cóndor, acompañado de su tiple, dejó un mensaje claro a los jóvenes:
“El folclor lo estamos olvidando. Los niños ahora están pegados al celular, les gusta el reguetón y están perdiendo la chispa del rajaleña, que es de nuestro departamento”.
Manuel lleva cuatro años en el grupo y considera que con cada presentación transmite alegría, esa que escasea entre los jóvenes que se sumergen en otros intereses alejados de la cultura.
Este derroche de talento de niños y jóvenes es una muestra esperanzadora de que las tradiciones se mantienen firmes. El rajaleña, en su majestad, sigue siendo el latido cultural del Huila, un legado que debe promoverse entre las nuevas generaciones.
Queda claro que, a través de sus ritmos y letras, el rajaleña narra la idiosincrasia de un pueblo reconocido por su hospitalidad y laboriosidad, que celebra la vida en sus fiestas. Preservar esta tradición es fundamental para que las futuras generaciones conozcan y valoren su rica herencia cultural.








