Por Ramiro Andrés Gutiérrez Plazas
En Colombia, cada vez resulta más evidente un problema que últimamente ocupa los titulares, la salud mental de las personas mayores. Lo pienso cuando veo a quienes en el pasado aportaron al desarrollo político, económico y empresarial de nuestra región, y hoy pasan sus días sentados en parques, cafeterías o caminando por las calles, buscando con ansias alguien con quien conversar. Muchos quieren expresar inconformidades, recordar lo que ya fue o simplemente compartir historias que el tiempo y la sociedad parecen haber olvidado.
Esto, a mi modo de ver, representa un desperdicio de conocimiento. En una época en la que las nuevas generaciones pierden costumbres y valores, los adultos mayores cargan con una sabiduría que podría ser la base de un legado cultural invaluable. Un ejemplo que me gusta mucho es la Tertulia del Botalón, donde se discuten temas de interés regional y nacional. Sin embargo, espacios como este son escasos, cuando deberían multiplicarse en colegios, universidades, bibliotecas, casas culturales y demás lugares.
El trasfondo de esta reflexión está en un fenómeno demográfico, la tasa de fecundidad en Colombia descendió de 2,5 hijos por mujer en el año 2000 a 1,6 en 2024, según el DANE. Entre los factores están la mayor participación de la mujer en la educación y el trabajo, los altos costos de la educación privada, licencias de maternidad y paternidad insuficientes, la sobrecarga de cuidado en los hogares y un cambio cultural en el que muchas priorizan su realización personal sobre la maternidad.
El resultado es un proceso acelerado de envejecimiento poblacional. El informe Más canas, menos cunas de Corficolombiana advierte que Colombia lidera esta tendencia en América latina y se perfila como uno de los países más envejecidos en las próximas décadas. La baja natalidad y el aumento en la esperanza de vida están transformando silenciosamente nuestras dinámicas sociales.
Las implicaciones son múltiples, presión sobre el sistema pensional, aumento en la demanda de servicios de salud, cambios en el mercado laboral y transformaciones en la estructura familiar. Pero el debate público no puede reducirse a discursos pronatalistas ni a retrocesos en derechos conquistados por las mujeres. El verdadero reto está en construir un sistema integral de cuidados, con corresponsabilidad estatal y social, que asegure tanto la libertad de decidir sobre la maternidad como una respuesta adecuada a una sociedad con más adultos mayores que niños.
Ahora bien, más allá de las cifras, existe un desafío que solemos ignorar, la salud mental. El cuerpo envejece, pero la mente conserva intacta su necesidad de sentirse útil, escuchada y valorada. Por eso necesitamos con urgencia más espacios de encuentro intergeneracional, donde los mayores puedan transmitir sus historias y aprendizajes, y los niños, con su curiosidad natural, encuentren referentes reales y significativos.
Ese puente entre generaciones sería un círculo virtuoso, los niños crecerían con la riqueza de una educación humana que no ofrecen las pantallas, y los adultos mayores recuperarían sentido de vida al sentirse parte activa de la sociedad.
¿Queremos ser la generación que ignoró a los viejos o la que entendió que en ellos estaba la clave para el futuro?








