Por: Mario Solano
Un desencanto se extiende en aquellas personas que depositaron su confianza en un proyecto de izquierda. Los valores de igualdad, justicia social y solidaridad, fueron el estandarte, pero se desvanecieron una vez que llegaron al poder, confirmando que la política tradicional ha desarrollado mejor en la práctica, lo que la izquierda defiende en el papel. Este fenómeno no es una simple casualidad, sino el resultado de la interacción entre el idealismo, el pragmatismo gubernamental y la cruda realidad del ejercicio del poder. Hoy en día los valores que dieron identidad a la izquierda en el siglo pasado en los libros, hoy en el ejercicio del poder, les retira subsidios, le restringe el acceso a la educación, le retiran créditos al estudio, a la vivienda, el acceso a la salud, a medicamentos y la promesas hoy, son una pesadilla. Esos valores, generan una poderosa narrativa de cambio que, atrae a millones de votantes hastiados de la desigualdad y la exclusión. Pero el tránsito de la oposición al gobierno, presenta un gran desafío, donde los principios colisionaron con la realidad. Una dificultad de los políticos es el principio de la coherencia, que se da en el choque entre lo que se dice y lo que se hace. Un movimiento en la oposición puede mantener una pureza ideológica, gobernar exige tomar decisiones pragmáticas coherentes. El poder tiene un efecto corrosivo. La permanencia en cargos públicos lleva a la creación de nuevas élites que, en su afán por mantenerse, usan prácticas clientelistas y de corrupción que destruyen la coherencia, es lo que día a día vemos en gobierno local o nacional, erosionando la confianza ciudadana y fomentando un cinismo que alimenta la apatía o, en el peor de los casos, la polarización y el auge de populismo; es una traición al no lograr coherencia entre lo que pensaban como oposición y lo que realizan como gobernantes. La brecha entre el discurso y la acción ha dejado un gran vacío de desencanto. Para recuperar la confianza, es imperativo que los proyectos políticos encuentren un equilibrio entre sus ideales y las responsabilidades ineludibles del gobierno en el hacer, demostrando con hechos, y no con palabras, que su compromiso con una sociedad más justa sigue siendo el norte de su brújula.
