Colombia debería ser potencia mundial en la exportación de alimentos. Lo tenemos todo: agua, clima, biodiversidad, dos océanos, tierra fértil, todos los pisos térmicos y una posición estratégica que nos sitúa a unas cuantas horas de los principales mercados mundiales. Y aun así, estamos lejos de que el mundo nos vea como una de sus despensas.
Colombia exporta menos aguacates que Perú, menos café procesado que México, menos carne que Paraguay, y tristemente nos acostumbramos a ver cómo otros, con menos condiciones, sí ocupan plazas importantes en el comercio mundial.
Y aunque el porqué está compuesto por múltiples variables, se puede resumir en una palabra: estructura. O mejor dicho, la ausencia de ella.
Exceptuando a la Federación de Cafeteros, como país no hemos sido capaces aún de organizar nuestro aparato productivo para competir en las ligas mundiales. Muchas industrias sí lo han intentado, pero la falta de apoyo estatal no lo ha permitido. Y esto conlleva a que, según la FAO, el 95% de nuestras exportaciones agropecuarias siguen siendo de productos primarios. Es decir, exportamos lo que crece del suelo, pero no somos capaces de transformarlo. Y quienes sí lo hacen, se quedan con más margen que los mismos productores y comercializadores nacionales.
La cifra de la FAO refleja una política comercial sin ambición por quienes han liderado el país. Incluso el actual gobierno, que tomó como bandera de campaña el impulsar las exportaciones no mineroenergéticas, ha sido incapaz y negligente al perseguir esta meta.
La infraestructura local es nuestro primer gran problema. Transportar una tonelada de banano desde Urabá a Cartagena cuesta más que desde Holanda a Shanghái. Dice el Banco Mundial que los costos logísticos en Colombia representan cerca del 13% del valor del producto final, casi el doble del promedio de la OCDE, y esto nos hace de entrada menos competitivos. Pensemos por un momento a nivel individual, cuántas veces optamos por comprar un producto por su precio, pese a que preferíamos otro.
El estado de las vías terciarias que conectan las fincas con los centros de acopio y las cooperativas es precario en más del 60% del país. Hay municipios y regiones enteras que no pueden sacar sus productos, pese a tener todas las condiciones y sabiduría de cultivo, por esta causa. Y a eso se le suma un problema más delicado, la inseguridad. Muchas de las zonas con más potencial agrícola en Colombia coinciden con territorios donde se concentra la violencia rural, el control de grupos ilegales y la ausencia del Estado. ¿Quién invierte en una fábrica, si el acceso está condicionado por extorsión?, O si pone su vida en riesgo cada vez que asiste a trabajar.
La financiación es otra carencia fundamental. Las cifras de Finagro dicen que penas el 18% de los pequeños y medianos productores agropecuarios accede a crédito formal. Las tasas de interés, la tramitología bancaria y la falta de garantías hacen que el campo colombiano produzca con las uñas e incluso a pérdida.
Y mientras tanto en otros países hay seguros de cosecha, contratos forward y mucho mejores alianzas público-privadas que promueven la consolidación de su sector agrícola, pero aquí seguimos con políticos que afirman que el campo es el futuro, y que no hacen nada para convertirlo en presente.
Como si fuera poco, Colombia tampoco ha invertido considerablemente en análisis de mercados. En esto prefieren los políticos de turno lavarse las manos y pasar a depender de los privados, a quienes en lugar de impulsar, exprimen. Las oportunidades comerciales que consiguen nuestros líderes se limitan a ruedas de negocios con compradores brevemente validados, y no en una estrategia que posicione nuestros alimentos en los supermercados del mundo donde un consumidor final pueda degustarlos. Y por eso carecemos de una narrativa país que posicione a Colombia como origen de alimentos con valor agregado, una tarea que sí hicieron nuestros vecinos de Chile, Perú, México, etc.
El mundo está demandando alimentos de calidad, sostenibles y con una historia detrás, y nosotros los tenemos todo. Lo que no tenemos es voluntad política de fomentar la infraestructura, la seguridad y de impulsar un modelo de desarrollo rural moderno. Y si no lo hacemos nosotros, otros lo seguirán haciendo por nosotros. Y se quedarán con más parte del pastel que las manos que consiguen los ingredientes.
Con el aroma de un café Entorno, los saludo,
Santiago Ospina López.








