Por: Hugo Fernando Cabrera Ochoa
Recuerdo que, en mi época estudiantil universitaria, por allá en los años noventa, alguna vez visitó la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, el cantautor y poeta argentino Facundo Cabral; era una época candente, incluso más compleja que la que estamos viviendo actualmente. Estaban en todo su furor los carteles de Medellín y de Cali, quienes se habían declarado la guerra entre sí y le habían declarado la guerra al Estado; así como los grupos guerrilleros FARC y ELN, haciendo lo suyo. El M 19 entregaría las armas entre 1989 y 1990, y el EPL en 1991.
Facundo interpretó varias de sus canciones y recitó apartes de algunos de sus poemas, entre los que recuerdo uno que se llama “Ferrocabrales”, que en una de sus estrofas decía: “vamos cruzando por la vida en el tren de la muerte, viendo cómo el progreso acaba con la gente”, y cambió un fragmento de la letra y expresó a su estilo, “viendo cómo la gente acaba con la otra gente”.
Este país en el que vivimos, en el que por gracia Divina nos tocó nacer, no lo olvidemos jamás, es un país de permanentes conflictos y a eso nos hemos venido acostumbrando, por eso es común que muchas personas asuman posiciones radicales y se pongan a la defensiva, incluso con actitudes agresivas, frente a quienes no piensan de la misma manera que ellos.
El reprochable atentado que ocurrió hace ya una semana en contra del senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, nos retrotrae a épocas que la mayoría de mis respetados lectores recuerdan, cuando de manera igualmente injusta y dramática, fueron asesinados, Jaime Pardo Leal el 11 de octubre de 1987, Luis Carlos Galán Sarmiento el 18 de agosto de 1989, Bernardo Jaramillo Ossa el 22 de marzo de 1990, Carlos Pizarro Leongómez el 26 de abril de 1990 y Álvaro Gómez Hurtado el 02 de noviembre de 1995. Además de muchos otros asesinatos de políticos y líderes de las diferentes vertientes del pensamiento, propios de un país democrático como el nuestro.
Hemos venido marchando por el peligroso filo de una navaja, avanzando temerosamente, tratando de no salir heridos y buscando la manera de no caer en alguno de los precipicios, porque en uno puede haber feroces pirañas, y en el otro, hambrientos cocodrilos; tanto los unos como los otros dispuestos a devorar lo que caiga en sus fauces.
Ese temor que nos invade, debido a la incertidumbre generada por las diferentes situaciones que han acaecido a través de las décadas y que suman múltiples guerras civiles desde 1832, es la razón por la cual este país no logra dar ese gran salto hacia el desarrollo, aun teniendo las riquezas que poseemos, el talento humano, los insumos, la creatividad y el ingenio, entre muchos otros factores necesarios para crecer.
Y es que los colombianos seguiremos caminando por la vida en el tren de la muerte y avanzando por el peligroso filo de la navaja, si no nos concientizamos de la importancia de pacificar nuestro corazón para no permitir que los discursos incendiarios de uno y otro lado, conviertan a nuestros hermanos colombianos en nuestros enemigos, llevando a esta nación a otras décadas más de conflicto y violencia.








