Por: José Eliseo Baicué Peña
No se podía jugar, gritar, correr, oír música, barrer, cocinar, bañar, viajar, … y muchas otras cosas más. Solo era permitido rezar, asistir a misa, participar del sermón de las 7 palabras y hacer el recorrido del viacrucis. Los hogares debían estar en un silencio total.
¿Por qué? Estoy seguro de que muchas de las personas que están leyendo este artículo recordarán que así fue durante bastantes años y siglos. Los más jóvenes lo habrán escuchado de sus padres o abuelos o, tal vez, lo habrán leído o estudiado. Lo cierto, es que así fue una época de la historia de la humanidad.
Claro, que, aún hoy en día, diversos pueblos, comunidades y aldeas lo siguen haciendo. Actúan así en la semana mayor.
He preguntado que por qué. La historia dice que ha sido una tradición influenciada por la iglesia, por algunos sistemas políticos, por el modelo educativo y por las mismas familias cristianas.
Hoy, el panorama es diferente. La mayoría de esas creencias y tradiciones ha sido olvidada o cambiada por otro tipo de actividades y agendas. Se ha generado un cambio de mentalidad, se han roto esos imaginarios colectivos. Se han desaprendido dogmas y credos. Se ha producido un despertar paulatino a la par de un nuevo conocimiento.
Y, aunque muchos pueblos del mundo entero continúan en un oscurantismo y en antiquísimas e insulsas guerras religiosas, tardíamente el hombre ha comprendido que fue engañado por siglos y siglos.
No estoy en contra de creer ni de participar en los ritos y creencias del mundo religioso. De hecho, soy profundamente creyente en Dios.
Desde todas las perspectivas, aplaudo la libertad de cultos y la libertad de pensamiento que el mundo moderno está experimentando. Colombia es un buen ejemplo de ello.
Si bien es cierto, unido a esto se ha venido presentando un progresivo alejamiento de Dios, que, de cierta manera, ha devenido en deshumanización, en crueldad, en violencia, en intolerancia y en vano orgullo.
El mundo avanza hacia una sociedad donde la tecnología parece ser el eje dinamizador; el dinero, el propósito fundamental; y, la vanidad y poderío, los pilares que conllevan a la satisfacción total.
Que la Semana Santa no sea el único espacio para la reflexión y la solidaridad. Que los actos de benevolencia y de paz, estén siempre con el devenir de la vida, independientemente de su creencia, tradición y avances tecnológicos.
Que sus acciones sean siempre el reflejo de sus pensamientos buenos. Que la ciencia y el nuevo conocimiento sean el soporte de una mejor vida para todos.








