Por: Adonis Tupac Ramirez
Por estos días, en un continente convulso y cansado, el nombre de José “Pepe” Mujica sigue siendo faro en la niebla. No es común que un expresidente viva en una modesta chacra, conduzca su propio escarabajo viejo y reciba en chancletas a los mandatarios del mundo. Pero Mujica nunca buscó parecerse a los demás. Su vida, marcada por la resistencia, la cárcel, la pérdida y la reflexión, es un legado viviente para América Latina y, en especial, para sus jóvenes políticos.
Mujica no es un mito por sus discursos encendidos, sino por la coherencia entre lo que dice y lo que hace. Fue guerrillero, preso durante más de una década en condiciones inhumanas, y presidente de un país que bajo su mando mantuvo la estabilidad y avanzó en derechos sociales. Pero nunca se envaneció. Su vida sencilla fue siempre su declaración más poderosa.
Una de sus frases más recordadas es: “Pobres no son los que tienen poco, sino los que quieren infinitamente más.” Esta sentencia, que se opone de frente al modelo consumista que domina nuestras sociedades, es una invitación a la sobriedad con sentido, a la construcción de un proyecto político donde la ética no sea discurso, sino práctica cotidiana. En una era donde la política se ha convertido en espectáculo y muchos jóvenes son seducidos por el oropel del poder, Mujica recuerda que la mayor grandeza está en la humildad.
A los jóvenes políticos de hoy, Mujica les ofrece una brújula moral: “La política no es una profesión, es una pasión, es la causa de los que no tienen causa, de los más olvidados.” En una época de crisis de representación, donde la palabra política parece contaminada por la corrupción y la indiferencia, el “Pepe” vuelve a decirnos que sí es posible habitar el poder sin perder el alma.
Su pensamiento no es ingenuo, es profundamente humanista. Conoce el dolor, el encierro, el fracaso. Pero eligió no odiar. Su legado es un canto a la vida austera, a la libertad interior, a la compasión por el otro. Mujica no fue perfecto, ni pretende serlo. Por eso mismo inspira: porque es profundamente humano.
En tiempos donde la violencia política y la desilusión amenazan con arrasar el alma latinoamericana, Mujica nos recuerda que aún hay lugar para la ternura en la política. Que el poder no tiene sentido si no se usa para aliviar el sufrimiento de los otros. Que no se trata de conquistar, sino de servir.
A los jóvenes que sueñan con transformar sus países, Mujica les deja una tarea simple y difícil: no olviden a quién representan. Vivan como piensan, escuchen más que hablen, y no se enamoren del poder. Como él mismo dijo: “Triunfar en la vida no es ganar, es levantarse y volver a empezar cada vez que uno cae.”
Ese, quizás, es su legado más hermoso: una vida vivida con sentido, con ternura, con dignidad. Una vida que sigue susurrando al oído de América Latina: todavía podemos ser mejores








