Por: María del Carmen Jiménez
La reacción desmedida ante el episodio de la presencia del presidente Gustavo Petro en un burdel en Portugal revela más sobre las lógicas patriarcales que rigen la opinión pública que sobre los hechos mismos. El problema no es la anécdota sino el modo en que un patriarcado ansioso, selectivo y moralista usa el cuerpo de las mujeres para atacar un adversario político.
El patriarcado colombiano, como ocurre en varios países, es tolerante con la explotación sexual cuando sirve a sus privilegios y profundamente escandalizado cuando la escena sirve para atacar a un rival político. Cuando el varón poderoso es de “los suyos” se normaliza y argumentan “eso es lo que hacen los hombres”, cuando es un opositor se convierte en arma moral. Esa es la esencia del patriarcado timorato: moraliza para controlar, no para transformar. En este episodio como en tantos otros, el morbo y la indignación moral funcionan como cortinas de humo para ocultar lo que realmente importa: la instrumentalización del cuerpo de las mujeres y la persistencia de una doble moral machista que decide cuándo escandalizarse y cuándo callar.
Gran parte del alboroto político, mediático es una jugada vieja del patriarcado herido, ese que se indigna a conveniencia, que calla cuando le conviene porque si algo sabe hacer el poder patriarcal colombiano es fingir decencia, ponerse el traje de inquisidor moral, y arder en una indignación que nunca muestra ante los verdaderos actos de violencia contra las mujeres. Ahí está la trampa, convierten el cuerpo femenino en arma política.
Su preocupación no está realmente ligada a la ética, sino a la necesidad de vigilar y disciplinar el comportamiento sexual de ciertos cuerpos: el cuerpo del líder progresista, porque reta el orden tradicional y, el cuerpo de las mujeres reducido a objeto en disputa. Las derechas y los moralistas de ocasión guardan silencio sobre lo esencial: las redes de trata, la explotación o los pactos entre mafias y poderes políticos alrededor de la industria del sexo, los políticos que negocian favores en cuartos oscuros, los poderes que se nutren del turismo sexual. De eso no hablan, porque ahí, si habría que señalar a los intocables.
Un análisis serio debería desplazar la conversación desde el morbo hacia lo estructural: ¿Qué políticas existen para proteger a las trabajadoras sexuales? ¿Quién se beneficia económicamente del turismo sexual internacional? ¿Por qué el escándalo mediático se centra en si un político estuvo o no en un burdel, y no en por qué existen burdeles donde tantas mujeres viven en explotación y precariedad? Lo que vemos hoy no es indignación, es ansiedad de un poder que se desmorona, que recurre al chisme porque no tiene argumentos. El verdadero escándalo no es un burdel en Portugal. Son unos patriarcas otoñales, ansiosos de poder , dispuestos a quemar a cualquiera en la hoguera del rumor mientras siguen tolerando la explotación de miles de mujeres en silencio.








