Por Johan Steed Ortiz Fernández
Hay errores que enseñan, tropiezos que orientan y golpes que forman carácter. Así lo escribí la semana pasada. Pero también existen los errores que se vuelven costumbre, como cuando se encariñan de la misma piedra con la que se tropiezan, y en una ciudad es caóticon.
En Neiva ya normalizamos lo que debería indignarnos: la impuntualidad pública, la improvisación institucional, los anuncios que nunca se marerializan y la facilidad con que la Alcaldía desaparece eventos, agendas, compromisos y hasta oportunidades históricas. La cancelación del conversatorio Visión de Ciudad, organizado con rigor y un esfuerzo admirable por la Cámara de Comercio del Huila, no fue una simple cancelación de última hora; fue una falta de respeto hacia una institución que se toma en serio aquello que el gobierno municipal trata con ligereza. Ese espacio no era un acto protocolario, era un ejercicio de visión colectiva, pensado para hacer ciudad y aprender de quienes hoy lideran modelos exitosos. Era la oportunidad para escuchar a los alcaldes de Montería, Manizales y Villa de Leyva, para entender que gobernar no es excusarse sino planificar, no es justificar sino corregir. Pero se desperdició. Y duele ver la incoherencia: dos años criticando lo que hoy se repite. Tanto, que muchos neivanos decepcionados ya dicen que “salió peor que Gorky”.
Este tropiezo no es aislado. Es síntoma de algo más profundo: Neiva se acostumbró a gobernarse sin rumbo. Cada administración desmonta lo anterior, rehace estudios, reinventa prioridades y olvida documentos como Neiva Sostenible 2040, que costaron recursos públicos y hoy reposan en el estante de la desmemoria. El resultado es conocido: obras anunciadas tres veces y nunca terminadas, decisiones que se reversan al mes, remiendos que cuestan más que las soluciones.
Mientras aquí repetimos que “Neiva es un buen vividero”, de gente trabajadora y generosa, en las ciudades con las que realmente competimos la gestión pública avanza sin excusas. Montería fortalece su modelo logístico y turístico; Ibagué reorganiza su ecosistema empresarial; Pasto mejora su institucionalidad; Villavicencio se consolida como nodo de conexión. Aquí seguimos celebrando la playa sin mar, pero olvidamos que vivimos en una pobreza sin soluciones.
Para entender el tamaño del contraste, basta mirar con quién compartimos liga: Montería, Ibagué, Villavicencio, Pasto, Popayán, Armenia, Santa Marta, Sincelejo, Valledupar, Florencia y Yopal. Capitales intermedias con retos similares, pero con respuestas muy distintas.
Popayán, Armenia y Cartagena avanzan firme en competitividad.
En Neiva, en cambio, seguimos con designaciones improvisadas, secretarías otorgadas como favores políticos y una cultura de llegar tarde, ejecutar mal y explicar peor.
Ibagué, Pasto, Villavicencio y Montería, aunque están por debajo de Neiva en el índice de competitividad, no pierden tiempo: crean clústeres, modernizan trámites, conectan mercados, fortalecen la innovación. Aquí el alcalde pierde la oportunidad de escuchar a quienes pueden ayudarle a corregir el rumbo. Lo más preocupante es que parece cómodo sonriéndose a sí mismo, pero incómodo ante las preguntas ciudadanas y el control público. Neiva no necesita un reflejo satisfecho: necesita un liderazgo capaz de escuchar, responder y rectificar.
La malla vial destruida, las obras inconclusas, la PTAR convertida en titulares de prensa y estudios, los colegios deteriorados y los escenarios deportivos en abandono no son fallas aisladas: son la evidencia de una ciudad que perdió capacidad para gestionar lo básico. La supervisión contractual es débil, las entidades de control callan y el Concejo ejerce una oposición acomodada, no de resultados.
Santa Marta y Yopal entendieron que la institucionalidad es reputación.
Neiva tiene su reputación perdida, y en gestión pública, esto se paga con atraso.
Y al fondo siguen Florencia, Sincelejo, Riohacha, Quibdó, Arauca, Mocoa y San José. Lo que realmente duele es que, en pobreza monetaria, Neiva está más cerca de ellas que de Pereira, Manizales o Bucaramanga.
El DANE fue claro: Neiva no reduce su pobreza al ritmo que debería. Mientras ciudades comparables mejoran, aquí la distancia entre el discurso oficial y la vida real se abre como una herida. Somos un “buen vividero”, sí, pero para miles vivir aquí no alcanza para vivir bien.
Y esa desconexión no es casual. Reuniones canceladas, agendas que no se cumplen, mesas que no arrancan, anuncios que se esfuman. Ese goteo de irresponsabilidad envía un mensaje contundente: lo público es secundario, la improvisación es parte del oficio y la ciudad se gobierna a la deriva.
A veces parece que Neiva vive bajo su propia hojarasca, pero no la de los árboles: la que describe García Márquez, una capa de decisiones mal tomadas, de silencios institucionales, de promesas acumuladas que terminan cubriéndolo todo. Tropiezos que se apilan como hojas secas hasta que ya no dejan ver el camino.
Por eso, los tropiezos de Neiva no son eventos aislados, son estructurales. Podemos nombrar diez que se repiten: improvisación permanente; gobiernos que empiezan de cero; obras sin planeación técnica; proyectos que se anuncian pero no avanzan; control institucional débil; movilidad sin inteligencia vial; seguridad manejada con discursos; desconexión con la ciudadanía; economía sin motores; y endeudamientos sin estudios serios. Es la radiografía de una ciudad que no fracasa por falta de talento, sino por falta de rumbo.
No está en juego un conversatorio frustrado.
Está en juego la cultura institucional de una ciudad que necesita carácter, no excusas; liderazgo, no desapariciones; responsabilidad, no improvisación.
Neiva no merece administraciones de paso.
Neiva merece gobiernos que la honren.
Porque una ciudad no se construye con excusas, sino con carácter.
No se levanta con discursos, sino con decisiones.
No se transforma con fotos, sino con trabajo.
Neiva podría ser mucho más.
Pero no lo será mientras la Alcaldía convierta cada oportunidad en una ocasión perdida.
Ojalá este tropiezo, uno más, sea, por fin, el que despierte.
Porque incluso las ciudades, cuando tocan fondo, pueden levantarse.








