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Mujeres huilenses cultivan conservación con huertas comunitarias

Jul 23, 2025

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En el Parque Natural Guácharos-Puracé, un grupo de mujeres protege el ecosistema sembrando alimentos y esperanza. La CAM respalda esta iniciativa que mezcla conservación, seguridad alimentaria y trabajo colectivo.

DIARIO DEL HUILA, REGIONAL

En las montañas de San Agustín, Huila, entre el verdor del Parque Natural Regional Corredor Biológico Guácharos-Puracé, un grupo de mujeres decidió cuidar la tierra a través de sus propias manos. Ellas, campesinas de la vereda Marsella, cultivan cebolla, lechuga, zanahoria y plantas medicinales en una huerta comunitaria que se ha convertido en símbolo de resistencia, conservación y empoderamiento rural.

Organizadas en la Asociación Guardianas de la Madre Tierra, estas seis mujeres no solo siembran alimentos; también cuidan los bosques, protegen las fuentes hídricas y conservan el suelo. La iniciativa nació en 2024 con el impulso de la Corporación Autónoma Regional del Alto Magdalena (CAM), que vio en su trabajo una oportunidad para fortalecer la conservación comunitaria.

“Nosotras ya veníamos sembrando cebolla, pero con la CAM pudimos avanzar mucho más. Ahora cultivamos hortalizas y plantas medicinales juntas, con apoyo técnico y herramientas”, cuenta María Quinayas Anacona, una de las líderes del grupo.

El apoyo de la CAM ha sido clave. Han recibido semillas, plásticos, mangueras, canecas, bandejas de germinación y asesoría constante. Además, se les construyó una huerta semitechada, que les permite trabajar con mejores condiciones. Allí, lo que antes era esfuerzo individual se convirtió en colaboración y aprendizaje colectivo.

“El cambio ha sido total. Antes cada una cultivaba por su lado, ahora lo hacemos en equipo. Recolectamos alimentos para nuestras familias, aprendemos nuevas técnicas y, sobre todo, protegemos nuestro territorio”, dice Fabiola Martínez, otra de las integrantes del colectivo.

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La única condición para recibir apoyo es el compromiso con la conservación. No es necesario estar legalmente constituidas como organización, pero sí deben demostrar que su trabajo beneficia al ecosistema. Y lo hacen: estas mujeres usan prácticas sostenibles, producen abonos orgánicos y respetan la biodiversidad del lugar.

Ricardina Anacona, beneficiaria del proyecto, resalta que ahora pueden producir sin dañar la naturaleza. “Con los abonos naturales y el acompañamiento técnico que hemos recibido, trabajamos mejor y cuidamos la tierra”.

Para la CAM, este tipo de procesos son fundamentales. “Estas mujeres ven en nosotros una esperanza. Compartimos conocimientos para que aprovechen los recursos de manera responsable”, explica Óscar David Rodríguez, profesional de la corporación.

Además, en la huerta también florece el relevo generacional. Hay jóvenes, madres y abuelas trabajando juntas. La experiencia se transmite, y con ella, el amor por la tierra y la conciencia ambiental. Como señala Nancy Helena Navia, “cada mujer tiene su papel, y así enseñamos a las más jóvenes a seguir este camino”.

Este rincón de San Agustín se ha convertido en un modelo de cómo la organización comunitaria y el trabajo de las mujeres rurales pueden transformar realidades. Conservan un ecosistema vital, mejoran su seguridad alimentaria y construyen comunidad.

“Cuando actuamos unidos, el impacto es mucho mayor”, afirma Llysel Suárez, profesional de la CAM que acompaña el proceso. Y esas palabras resumen el espíritu de estas mujeres: sembrar juntas, conservar juntas y cosechar un futuro más justo y verde.

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