Por: María del Carmen Jiménez
La flotilla SUMUD GLOBAL de más de cien embarcaciones que avanza hacia Palestina, representa un gesto humanitario, político y ético. Busca romper los cercos de odio, indiferencia y bloqueo, llevando alimentos, medicinas, insumos básicos y sobre todo un mensaje de solidaridad internacional. En el contexto de guerra y barbarie al que está siendo sometido el pueblo palestino por parte de Israel, su acción envía la idea de que la humanidad no puede rendirse al silencio ni a la indiferencia del más brutal genocidio de este siglo.
El amor aquí no es un simple sentimiento, sino un principio ético universal que guía la defensa de la vida. Es una apuesta por el cuidado, la dignidad y la justicia, frente a la lógica de exclusión, violencia y la codicia expansionista de algunos gobernantes lunáticos, extremistas del mundo como Netanyahu y Trump.
Este último, busca capitalizar esta tragedia, respaldando abiertamente al gobierno de Israel negando o relativizando las denuncias de genocidio. Su estrategia es polarizar aún más, presentar cualquier crítica a Israel como antisemitismo y reforzar la narrativa de “guerra contra el terrorismo”. En la práctica se traduce en apoyo a la impunidad.
Quieren ver a Gaza sin Gazaties a punta de bombardeos, bloqueos, desplazándolos a zonas restringidas, usando el hambre como arma de guerra contra civiles indefensos para someterlos, lo cual se constituye en una violación grave de los Convenios de Ginebra. Trump y sus aliados pretenden normalizar el genocidio y usarlo para fines políticos internos, mientras algunos países del Sur Global y algunas naciones Europeas como España levantan la voz denunciando esta barbarie y tomando medidas. Esta lucha, no es solo militar, ni diplomática: es también una batalla ética y civilizatoria entre la indiferencia cómplice y la defensa radical de la vida.
Por eso, la flotilla es un faro en la oscuridad. Cada viaje nos recuerda que la vida de las personas está por encima de las fronteras y de los intereses de poder. Pese a los riesgos y amenazas que están enfrentando los tripulantes y voluntarios, su gesta se convierte en un acto pedagógico mundial. Nos enseñan que existen ciudadanos y ciudadanas capaces de poner su vida en riesgo por un principio de solidaridad universal. En un mar de odio, la flotilla prueba que todavía es posible navegar con banderas de humanidad, justicia y paz. Nos recuerdan que el amor, cuando se vuelve acción política siempre incomoda a quienes sostienen el odio. Nos muestran que la paz no se construye con discursos vacíos, sino con acciones concretas que desafían a costa de la propia seguridad, las estructuras del poder violento. Enseñan que construir puentes de paz y justicia en medio de las tensiones y conflictos geopolíticos es el deber de los verdaderos lideres democráticos del mundo.








