Por: Diana Montes
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la zona de Asia Occidental y el Norte de África, más conocida como “Medio Oriente” ha sido el escenario de complejos conflictos geopolíticos, debido a su posición estratégica derivada de las vastas reservas petroleras que allí yacen y a que, al ser una de las cunas de la civilización, de ahí provienen las principales religiones monoteístas que han marcado la historia humana (judaísmo, cristianismo e islam).
Esta vasta complejidad socio-histórica y geopolítica nos lleva a que, en todo caso, deseemos el imperio de la legislación internacional, especialmente en lo relativo a los derechos humanos y al derecho internacional humanitario. Con este criterio en mente, no cabe más que celebrar la caída de una de las dictaduras más atroces del mundo, en cabeza de Bashar al-Assad. Cuando cayó el régimen sirio, los rebeldes liberaron la cárcel de Sednaya, que se calcula que tenía más de 100.000 prisioneros en condiciones infrahumanas, donde se practicaba la tortura y, además, muchos de ellos eran presos políticos que llegaron allí sin garantías mínimas de debido proceso.
Pero esta celebración no debe obviar a manos de quién cayó el régimen: el grupo HTS fue una fracción que salió de al-Qaeda. Es decir, se trata de un grupo fundamentalista islámico. Y aunque los anuncios que ha hecho van en la dirección de garantizar la libertad de culto y otras libertades políticas y civiles, llegan noticias del aumento de persecuciones sectarias por motivos religiosos a minorías chiíes y cristianas. Esperemos que esto no sea el cambio de una dictadura de corte laico a una dictadura de corte teocrático.
Además, esta inestabilidad política de Siria, las potencias regionales han aprovechado para violar el principio de no anexiones mediante la guerra, que tantos beneficios ha traído desde que fue creada la ONU: especialmente, nos referimos a la invasión de Israel a los Altos del Golán, en una campaña expansionista que no debe más que concitar el más rotundo rechazo de los demócratas en el mundo.
La ruta para la paz es sencilla: el imperio de la ley. ¡Que se cumpla para todos!
