Por: Juanita Tovar
El otro día, mientras mis hijas veían una película de ciencia ficción, una escena en particular llamó su atención: una ciudad postapocalíptica en ruinas. Con la agudeza infantil que solo los niños tienen, exclamaron entre risas: “¡Eso se parece al estadio de Neiva!”. Sus palabras, aunque jocosas, me dejaron una amarga reflexión sobre la realidad del Estadio Guillermo Plazas Alcid, hoy convertido en un símbolo del olvido y la corrupción administrativa.
Desde el colapso de una tribuna en 2016, que cobró la vida de varios obreros, la remodelación del estadio ha estado marcada por retrasos, promesas incumplidas e investigaciones legales. Si bien la tragedia ameritaba una revisión técnica y jurídica, con el tiempo quedó claro que las excusas han prevalecido sobre la gestión efectiva. Siete años después, la obra sigue inconclusa, envuelta en negligencia y desidia.
El caso del Plazas Alcid es un reflejo de cómo las normas pueden torcerse en detrimento del interés colectivo. Aunque las investigaciones han revelado múltiples irregularidades en la contratación y ejecución del proyecto, las soluciones reales brillan por su ausencia. La justicia es lenta y la administración pública aún más, mientras el deporte huilense y la cultura local siguen pagando las consecuencias.
No se trata solo del fútbol profesional ni del Atlético Huila, que ha sufrido por la falta de un estadio digno. También implica la imposibilidad de albergar eventos deportivos y culturales que dinamizarían la economía y el turismo local. Mientras en otras partes del mundo se construyen o remodelan estadios en tiempo récord, en Neiva la obra se ha convertido en un símbolo de la incompetencia administrativa.
Ejemplos de eficiencia sobran: en Rusia, los estadios del Mundial 2018 fueron construidos en menos de cinco años; en España, el Santiago Bernabéu se renovó sin interrumpir la actividad del Real Madrid. En contraste, en Neiva seguimos esperando la culminación de una remodelación relativamente menor que nunca parece llegar a su fin.
La falta de transparencia en los plazos de entrega agrava el problema. Cada administración reinicia estudios y diagnósticos sin soluciones concretas. Si bien la Contraloría y la Procuraduría han señalado irregularidades, las sanciones no resuelven lo esencial: la entrega efectiva del estadio. La ciudad merece respuestas claras y acciones contundentes, no más excusas.
El Plazas Alcid no puede seguir siendo un monumento a la negligencia. La ciudadanía debe exigir plazos definitivos y resultados concretos. No podemos resignarnos a ver cómo un espacio que debería ser motivo de orgullo sigue deteriorándose hasta convertirse en una ruina que genera burlas en boca de nuestros propios niños.
Es hora de convertir la indignación en acción. Y Neiva merece un estadio digno, no un esqueleto de cemento que simboliza la ineficiencia estatal. Solo con presión ciudadana y exigencia real de cuentas evitaremos que futuras generaciones se pregunten por qué su ciudad se ha acostumbrado a vivir entre escombros.








