Diario del Huila

La vida es sagrada: no habrá pena de muerte

Abr 19, 2025

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ALFREDO VARGAS ORTIZ

Abogado – Universidad Surcolombiana

Doctor en Derecho – Universidad Nacional de Colombia

En esta Semana Santa vale la pena reflexionar profundamente sobre el mensaje que Jesucristo trajo al mundo y que dio origen a una doctrina filosófica y de vida que cambiaría la historia de la humanidad. Si los colombianos lleváramos una vida plena en Jesús, muy seguramente muchas de las injusticias que acontecen en nuestro país no se presentarían, pues nuestra conducta sería radicalmente distinta a la inmoralidad que reina y permite que en nuestro entorno convivan la miseria, la corrupción, la pobreza y la violencia como respuesta a nuestros conflictos.

Por ello, resulta profundamente reprochable que el alcalde de nuestra ciudad, Germán Casagua, considere que causar la muerte a una persona debe ser premiado, y más aún, que juzgue como válido que una conducta deleznable —como el hurto de una motocicleta— deba ser castigada con la muerte. La vida es sagrada, y el alcalde de nuestra ciudad debe ser ejemplo de respeto a la Constitución Política, la cual consagra en su artículo 11 que el derecho a la vida es inviolable y no habrá pena de muerte.

Es claro que el delincuente debe ser castigado, que debe ser puesto a disposición de las autoridades judiciales y que debe recibir la sanción que le corresponda. Pero también es cierto que, si se normaliza la idea de acabar con la vida de cualquier persona que cometa un delito, estamos retrocediendo más de 200 años en nuestra historia, desconociendo que un mundo civilizado debe garantizar la vida de todas las personas, atacando, eso sí, las causas estructurales de la violencia.

Neiva es una bomba social: cuenta con más de 100 asentamientos subnormales, más de 90 mil personas desplazadas por la violencia, y más del 30 % de su población vive en condiciones de pobreza. En ese contexto, se reproducen de forma constante la violencia intrafamiliar, la explotación laboral infantil, el abuso sexual, la drogadicción, la inasistencia y la repitencia escolar, que constituyen el caldo de cultivo para que un ejército de jóvenes termine en el desafortunado camino de la violencia.

Muchos de estos jóvenes podrían ser atendidos con los 16 mil millones del Fondo de Seguridad y los miles de millones de pesos que el municipio despilfarra en burocracia innecesaria y favores políticos, mientras en las calles se libra una guerra entre pobres que roban a otros pobres, una guerra en la que estamos perdiendo todos. Recuerdo a Gandhi, quien señalaba que “ojo por ojo, y el mundo acabará ciego”. Eso es justamente lo que hoy ocurre en nuestra ciudad: estamos gobernados por ciegos que no quieren ver las causas estructurales de esta violencia sin límites, una violencia que nos ha llevado incluso a desear la muerte de alguien por un simple objeto.

Vale la pena recordar lo que la Sagrada Palabra nos enseña al respecto: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Mateo 7:12). ¿Será que, ante el error de una persona, la respuesta cristiana debe ser la violencia? ¿Será cristiano pedir que se acabe la vida del otro? Jesús dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37-39).

El prójimo es justamente ese al que pedimos a gritos que muera, como si la muerte fuera la salida al mar de jóvenes que están en las mismas condiciones: sin oportunidades, sin salidas distintas a jugarse la vida para conseguir lo que necesitan. ¿No sería más cristiano exigir oportunidades y ofrecerlas? Jesús enseñó la Regla de Oro durante su Sermón del Monte: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Mateo 7:12). En otros términos, Jesús nos señala el camino revolucionario del respeto absoluto por la vida, de tratar al otro como queremos ser tratados. Esa es la vida que Jesús nos propone, una vida que en nada se asemeja al espectáculo del circo romano en el que se pedía la muerte de los cristianos a manos de los leones.

La revolución propuesta por Jesús no debe ser ignorada. Esta quedó resumida en la respuesta que le dio a Pedro cuando le preguntó: “Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?” Jesús le respondió: “No te digo que hasta siete, sino hasta setenta veces siete” (Mateo 18:21-22).

El perdón, la humildad, el desapego y el amor al prójimo son las grandes enseñanzas y, en definitiva, los caminos que debemos seguir como cristianos para afrontar esta crisis social y humanitaria que nos aqueja, siempre recordando que la vida es sagrada y que, por nada del mundo, habrá pena de muerte.

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