Diario del Huila

La urgencia de un decálogo profesional

Nov 27, 2025

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Las carreras profesionales, especialmente en campos de alta exigencia intelectual y emocional como la medicina, suelen avanzar impulsadas por la inercia cotidiana. El riesgo es evidente: dedicar años al oficio sin una brújula clara, sin principios deliberados que orienten el actuar ni una visión sobre el legado que se desea construir. En un entorno saturado de información, demandas asistenciales, tecnologías emergentes y expectativas sociales cambiantes, la improvisación dejó de ser una opción sensata. Decretar un decálogo profesional no es una moda; es una estrategia de supervivencia, crecimiento y trascendencia.

Un decálogo condensa aquello que se considera irrenunciable. No describe tareas, sino convicciones operativas. Es un manifiesto íntimo que define cómo queremos ser, no solo lo que queremos hacer. Establecerlo obliga a pensar, y pensar con rigor obliga a elegir. Esa elección, a su vez, delimita fronteras éticas, construye identidad y evita que otros decidan por uno. Quien no define sus principios termina adoptando los ajenos.

Desde la perspectiva intelectual, un decálogo actúa como un algoritmo de pensamiento disponible para cada decisión compleja. Funciona como un prisma que filtra oportunidades, rechaza distracciones, detecta incoherencias y favorece la disciplina cognitiva. Además, establece las bases para actualizar el conocimiento, integrar nuevas herramientas y abandonar prácticas obsoletas sin perder el sentido de dirección.

En el plano personal, un decálogo profesional protege algo más difícil de cuantificar: la coherencia interna. Permite armonizar expectativas laborales con proyectos familiares, aspiraciones académicas con salud mental, ambición con propósito. El profesional sin principios claros vive a merced del entorno; el que los decreta actúa con intención.

Finalmente, el legado no se construye con reconocimientos ni con publicaciones, sino con decisiones alineadas en el tiempo. Un decálogo convierte cada acto en una pieza del mismo edificio. Lo relevante no es su contenido inicial, sino su capacidad de servir como eje de evaluación permanente. Revisarlo no es traicionarlo, sino garantizar que evolucione al ritmo de quien lo encarna.

Por ello, no basta con tener valores; hay que declararlos, escribirlos y vivirlos. Solo así un profesional pasa de ser competente a ser memorable. El decálogo profesional no es un documento: es un destino.

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