Por: Edwin Fernando Pisso
Como agricultor día a día enfrentamos desafíos en la producción y comercialización, me preocupa profundamente la situación actual de las relaciones comerciales entre Colombia y Estados Unidos. Las tensiones recientes han sembrado incertidumbre y, lo que es aún más alarmante, la posibilidad de afectaciones arancelarias que podrían azotar a nuestro sector rural. Este escenario nos obliga a plantear una reflexión urgente: ¿estamos realmente preparados para enfrentar la potencial pérdida de un socio comercial tan importante?
Para muchos de nosotros, el campo no es solo un lugar de trabajo, sino el fundamento de nuestras vidas y la base de la economía nacional. Dependemos del café, las flores, el aguacate y el banano como productos representativos de nuestras exportaciones. Sin embargo, existe un riesgo inminente al depender de un solo socio comercial. Esta dependencia se intensificó cuando se firmó el Tratado de Libre Comercio (TLC) sin las garantías necesarias para proteger a nuestros productores; un acuerdo que en su momento fue visto con optimismo, pero que terminó por acentuar nuestras desventajas competitivas.
Es crucial que el Gobierno nacional tome cartas en el asunto y comience, sin dilación, una escalada comercial que potencie nuevos mercados. La diversidad comercial no solo es una estrategia inteligente, sino también una necesidad imperiosa para asegurar la estabilidad de nuestra economía rural. Si dependemos demasiado de un solo país, cuando surgen tensiones como las actuales, nosotros, los agricultores, somos los primeros en sentir el impacto.
El café, uno de nuestros productos insignia, está en la cuerda floja ante cualquier aumento en los aranceles. Muchos caficultores ya enfrentan dificultades a causa de precios volátiles y costos de producción crecientes. Si se añade una barrera comercial, es probable que miles de pequeños y medianos productores se vean obligados a abandonar sus cultivos. Con el café no solo se pierde una tradición, sino también un medio de vida para muchas familias que dependen de él.
Las flores, el aguacate y el banano son otros sectores que se verían directamente afectados. Estas industrias han sido fundamentales para el desarrollo económico de muchas regiones, creando empleos y sosteniendo comunidades enteras. La posibilidad de que se implementen aranceles sería devastadora para estas cadenas productivas y podría conducir a un aumento significativo en el desempleo rural. La falta de empleo generaría una fuga de mano de obra hacia las ciudades, donde la competencia por trabajos escasos ya es feroz.
Más allá de la economía, esta situación plantea serios retos a nuestra seguridad alimentaria. Vivimos en un país que, a pesar de tener una gran diversidad de productos agrícolas, no puede garantizar el acceso a alimentos suficientes para todos sus ciudadanos. La dependencia de la exportación de algunos productos nos deja vulnerables ante la inestabilidad de los mercados internacionales. Deberíamos, como nación, contemplar un modelo que no solo apueste por exportaciones, sino que también priorice la producción local para el consumo interno.








