Diario del Huila

La trampa de la pobreza en el Huila

Dic 10, 2025

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Carlos Yepes A.

En Colombia solemos escuchar  que “el que trabaja duro progresa”. La frase anima, pero cuando miramos con calma lo que pasa en el Huila, esa verdad se resquebraja: el lugar donde nacemos sigue pesando más que el esfuerzo. Llegar al mundo en un hogar pobre, en la periferia de Neiva o en una vereda apartada, condiciona casi todo: la posibilidad de estudiar, de encontrar un empleo digno y de construir un pequeño patrimonio. A ese círculo que se repite, le llamamos la trampa de la pobreza.

La idea es incómoda, pero real. Diversos estudios han mostrado que en Colombia se requieren varias generaciones para que una familia que hoy está en la base de la pirámide alcance un nivel de ingresos medio. Es decir, el ascenso social es tan lento que muchos de quienes hoy viven en la pobreza no verán el cambio que desean para sus hijos. La pobreza no solo se sufre; también se hereda.

Esa herencia toma forma en padres con poca escolaridad, empleos informales mal pagados, barrios con servicios deficientes y un mercado laboral que muchas veces premia más las conexiones que el mérito. La educación debería ser la herramienta para emparejar el terreno, pero no ofrece lo mismo en todas partes. No es igual estudiar en un colegio con buena infraestructura y docentes estables, que hacerlo en una institución rural a la que es difícil llegar, con salones deteriorados y alta deserción. En esas condiciones, el mensaje de “estudie para que le vaya mejor” suena justo, pero insuficiente.

Cuando los jóvenes huilenses salen al mercado laboral, se encuentran con pocas puertas abiertas a empleos formales. Lo más habitual son las ventas informales, el mototaxismo, los trabajos por días, los contratos que van y vienen. Son oficios que permiten “irla pasando”, pero no garantizan ahorro, pensión ni estabilidad. Así, un hogar puede asomarse un poco por encima de la línea de pobreza, pero cualquier enfermedad, crisis económica o caída en los ingresos basta para devolverlo al punto de partida.

Si enfocamos la mirada en el Huila, la trampa se ve con claridad. Es cierto que la pobreza monetaria ha bajado, pero todavía hay demasiadas familias que no logran cubrir lo básico. Y la pobreza extrema se mantiene casi quieta, concentrada en sectores populares de Neiva y en zonas rurales donde el Estado aparece y desaparece. En la capital del departamento, miles de hogares viven al día, dependiendo del rebusque, de pequeños negocios de subsistencia o de contratos inestables. El empleo formal se concentra en el Estado y en unos pocos sectores privados, lo que limita la posibilidad de construir un colchón que permita romper el ciclo de vulnerabilidad.

En el campo, la situación es aún más delicada. Un pequeño productor sigue expuesto a la falta de riego, a la escasa asistencia técnica, a las montañas rusas de los precios del café, del cacao o de la panela. Las vías terciarias en mal estado encarecen el transporte y castigan el precio que recibe por su producto. La pobre conectividad digital lo deja sin información clave sobre mercados o apoyos disponibles. En ese contexto, una plaga, una sequía o la caída del precio internacional pueden tirar abajo años de trabajo de una familia campesina.

Todo esto se agrava con la huella del conflicto armado y el desplazamiento. Muchas familias llegaron a Neiva o a municipios intermedios huyendo de la violencia, sin tierra ni ahorros, y levantaron sus casas en barrios periféricos con enorme esfuerzo. Esa generación hizo lo posible para sostenerse, pero no logró consolidar un patrimonio que permitiera a sus hijos arrancar desde un lugar distinto. La trampa de la pobreza se trasladó del campo a la ciudad, pero se mantuvo intacta.

El problema es que solemos mirar la pobreza como una foto: cuántas personas están por debajo de cierto ingreso en un año determinado. Ese dato es importante, pero no cuenta toda la historia. Para entender de verdad la trampa de la pobreza en el Huila necesitamos trazabilidad social: seguir la historia de las familias a lo largo del tiempo y preguntarnos si quienes hoy reciben ayudas del Estado, acceden a la educación o participan en proyectos productivos, logran o no cambiar de manera estable su posición en la sociedad.

Si siguiéramos durante veinte o treinta años la trayectoria de las familias de un barrio popular de Neiva o de una vereda de Pitalito, seguramente veríamos patrones que se repiten: abuelos que llegaron con lo puesto, padres que sobrevivieron en la informalidad, hijos que siguen atrapados en trabajos precarios. Cambian los programas, los logos y los discursos, pero el lugar de esas familias en la estructura social casi no se mueve.

Parte de la explicación está en el diseño de las políticas públicas. En lugar de acompañar trayectorias de vida, suelen concentrarse en apagar incendios. Las transferencias monetarias alivian el hambre del mes, pero no siempre dialogan con la educación y el empleo. Los subsidios de vivienda ayudan a conseguir techo, pero sin oportunidades productivas cercanas esa casa puede ser una isla de precariedad. Muchos programas rurales no incorporan seriamente el cambio climático ni los retos de comercialización. Hay esfuerzos valiosos, sí, pero sueltos, sin un hilo conductor que permita decir con evidencia: esta familia, de verdad, está saliendo de la pobreza.

Romper esta trampa en el Huila implica ir al fondo. Mejorar la educación donde la pobreza es más fuerte; apostar por una economía rural con riego, infraestructura y valor agregado; acompañar y formalizar las economías populares urbanas; y lograr que los programas sociales trabajen articulados, pensando más allá de un solo periodo de gobierno. No es sencillo ni rápido, pero es el único camino serio.

Por eso, este mensaje también está dirigido a quienes hoy aspiran a representar al Huila en el Congreso. Es clave que tengan claro este panorama y orienten sus esfuerzos legislativos hacia las causas estructurales de la pobreza, antes que conformarse con soluciones temporales que solo maquillan la realidad. Porque discutir con honestidad sobre la trampa de la pobreza en nuestro departamento y trabajar para desmontarla es, al final, una forma más de avanzar hacia “un acuerdo para vivir mejor”.

cyepes@hotmail.com

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