EDWIN FERNANDO PISSO ESCALANTE
Colombia, un país con una geografía y clima envidiables, se encuentra en una posición privilegiada para aprovechar su potencial agrícola. De acuerdo con el Ministerio de Agricultura, el país tiene la capacidad de cultivar en 14 millones de hectáreas. Sin embargo, el Sistema de Información para la Planificación Rural Agropecuaria (SIPRA) estima que el total potencial agrícola podría ser de hasta 42 millones de hectáreas. Este dato es un claro indicativo de que, a pesar de contar con recursos naturales abundantes, no hemos logrado trascender la barrera de las 5 millones de hectáreas verdaderamente en producción agrícola. Esto significa que apenas estamos utilizando un 35% de nuestro potencial, lo cual es sumamente preocupante.
La situación es aún más alarmante si consideramos que la agricultura es uno de los pilares fundamentales de nuestra economía, así como una fuente clave para la generación de empleo y el desarrollo rural. Si bien es cierto que algunas regiones del país han mostrado un crecimiento notable en la producción agrícola, en líneas generales el sector sigue atrapado en un ciclo de subdesarrollo que parece no tener fin. La falta de inversión, infraestructura deficiente, y el acceso limitado a tecnologías modernas son solo algunas de las barreras que nos impiden maximizar el uso de nuestras tierras.
Es insostenible que un país con las características agrícolas de Colombia no logre aprovechar adecuadamente su tierra. En medio de un mundo cada vez más interconectado y demandante, la producción agrícola se convierte en una necesidad urgente. Aquí es donde se presenta la gran oportunidad que hemos estado ignorando. Si lográramos superar la inercia que nos mantiene en este punto, podríamos no solo alimentar a nuestra población, sino también generar excedentes para la exportación y mejorar nuestra balanza comercial.
Uno de los factores cruciales para avanzar en este camino es la inversión en tecnología agrícola. Necesitamos adoptar prácticas y herramientas que permitan un uso más eficiente de nuestros recursos. La implementación de sistemas de riego adecuados, el uso de semillas mejoradas y la integración de técnicas de cultivo sostenibles no deben ser opciones, sino obligaciones del Estado y del sector privado. Además, sería beneficioso fomentar la investigación y el desarrollo en el campo agrario, creando centros de innovación que se dediquen a experimentar y aplicar nuevas técnicas que promuevan el aumento de la productividad.
Asimismo, es fundamental mejorar la conectividad y la infraestructura en las zonas rurales. Muchas regiones con un alto potencial agrícola carecen de vías adecuadas para transportar sus productos al mercado. Esto no solo limita la capacidad de los agricultores para obtener ganancias justas, sino que también reduce drásticamente la competitividad de nuestros productos en comparación con los de otros países. Inversiones en carreteras, puertos y sistemas de almacenamiento podrían transformar radicalmente la dinámica agrícola del país.
Además, debemos considerar el papel de las políticas públicas en este contexto. Las reformas agrarias y programas de apoyo a pequeños y medianos productores son esenciales para garantizar que todos los agricultores, independientemente de su tamaño, tengan las herramientas necesarias para prosperar. El acceso a crédito asequible y capacitaciones sobre buenas prácticas agrícolas son acciones que pueden empoderar a los agricultores y permitirles escalar sus operaciones.









