Ruber Bustos Ramirez
Como caficultor colombiano, observo con preocupación el reciente anuncio de que Colombia se unirá a la iniciativa china de la Nueva Ruta de la Seda. Aunque esta decisión promete inversiones en infraestructura y tecnología, también plantea desafíos significativos para nuestro sector cafetero, especialmente en relación con nuestro principal mercado: Estados Unidos.
En 2024, el 40% de las exportaciones de café de Colombia tuvieron como destino Estados Unidos, consolidándose como nuestro principal comprador. Este mercado valora la calidad del café arábica colombiano, y cualquier alteración en nuestras relaciones comerciales podría tener repercusiones directas en nuestras exportaciones.
La adhesión a la Nueva Ruta de la Seda ha sido vista con recelo por parte de Estados Unidos, nuestro aliado histórico. La creciente influencia de China en América Latina, y ahora en Colombia, podría generar tensiones diplomáticas y comerciales. De hecho, ya se han implementado aranceles del 10% al café colombiano en Estados Unidos, lo que podría ser una respuesta a nuestro acercamiento con China. Aunque estos aranceles son menores en comparación con los impuestos a otros países, representan un precedente preocupante.
Por otro lado, el mercado chino ha mostrado un creciente interés en el café colombiano. En 2023, China se convirtió en el sexto destino de nuestras exportaciones de café, con un crecimiento del 191% en comparación con el año anterior. Sin embargo, este mercado aún representa solo el 6,4% de nuestras exportaciones, y su consolidación como un socio comercial estable llevará tiempo.
Como caficultor, me preocupa que este cambio en nuestra política exterior pueda afectar la estabilidad de nuestro sector. La diversificación de mercados es esencial, pero no debe hacerse a expensas de relaciones comerciales consolidadas.
Si se debilita nuestra relación con Estados Unidos y nuestras exportaciones de café hacia ese país disminuyen a causa de aranceles más altos o restricciones comerciales, las familias cafeteras de estrato medio enfrentarán un golpe directo a su economía. Hoy, una familia cafetera promedio obtiene ingresos anuales de entre 25 a 30 millones de pesos por la venta de su café. Una disminución del 10% al 15% en las exportaciones significaría una caída aproximada de 2,5 a 4,5 millones de pesos por año en los ingresos familiares. Para un hogar que depende casi exclusivamente de esta actividad, esto representa el dinero que cubre la matrícula de los hijos, las inversiones en fertilización o incluso el sostenimiento diario del hogar.
El riesgo no es una abstracción lejana; es la posibilidad concreta de ver reducida la calidad de vida de miles de familias que han sostenido la economía rural del país por generaciones.
Si se rompen los lazos con Estados Unidos, los más golpeados seremos nosotros, las familias cafeteras. No serán las grandes ciudades ni los escritorios del gobierno; seremos quienes vivimos del grano, quienes sostenemos a nuestras familias con lo que da la tierra. Una caída en las exportaciones no solo quita ingresos: apaga sueños, deja a los hijos sin estudio, vacía la mesa, y obliga a muchos a abandonar su finca. Lo que está en juego no es solo un mercado, es nuestra vida entera.








