El regreso de grandes referentes al fútbol colombiano como Radamel Falcao y David Ospina y el rumor de posibles incorporaciones como James Rodríguez, Juan Fernando Quintero y Matheus Uribe, despiertan en mi nostalgia futbolera el final de la era dorada del fútbol colombiano en el siglo XXI.
La operación retorno de los gigantes nos permite analizar diferentes realidades del balompié criollo, pero la que más me inquieta es la brecha generacional entre el talento que se consolidó en la élite y quienes están llamados a ser los prospectos a serlo.
Pese a que jóvenes como Jhon Durán y Yáser Asprilla empiezan a destacarse en Europa, y otros más maduros como Kevin Mier y Richard Ríos están próximos a dar el salto, no deja de ser evidente que la renovación de colombianos con proyección a consolidarse en las grandes ligas es alarmantemente insuficiente. Incluso es certero afirmar que, en comparación con la década pasada, hoy los colombianos figuramos menos en los equipos de élite en Italia, Francia, España, Alemania e Inglaterra.
Buscando el porqué de este declive, me cuestiono si el origen de esta situación radica en políticas establecidas en el mismo fútbol profesional colombiano que hoy despide a quienes en el pasado fueron sus mejores prospectos.
El aumento de las importaciones y la merma en las exportaciones realza la necesidad de volver a impulsar proyectos y normativas como la del jugador sub-20 obligatorio, que aplicaba en el 2009. Fueron varios los sudamericanos en los que destacamos gracias a esta política, y aunque a menudo fue burlada por entrenadores y criticada por hinchas, esta política demostró en el pasado ser un semillero fundamental para el desarrollo de nuevos talentos que posteriormente se consolidaron en la selección absoluta. Nombres como James Rodríguez, David Ospina, Dayro Moreno, Juan Fernando Quintero, Dávinson Sánchez, Yerry Mina y Rafael Santos Borré pudieron emerger gracias a esta iniciativa, que les permitió debutar a temprana edad en la primera división, adquiriendo la experiencia competitiva vital para su consolidación en ligas de mayor nivel.
Si somos estrictos con el futuro del deporte más popular de Colombia, los amantes del fútbol colombiano y quienes componen su industria no podemos ceder un metro ante la mediocridad de depender únicamente del ocasional surgimiento de talentos con perfil de exportación. La promoción de jóvenes jugadores debe ser una política activa y sostenida entendiendo que Colombia es uno de los países que más futbolistas exporta en el mundo. Además, esto va de la mano con un contexto donde la selección absoluta busca competir con mayor vehemencia con sus grandes pares a nivel mundial.
Volviendo a la normativa sub-20, creo que esta debería verse como una herramienta que garantiza que el talento joven no se pierda en las divisiones inferiores o quede relegado por apuestas a corto plazo y jugadores extranjeros.
El fútbol colombiano urge de una generación que no solo continúe el legado de las viejas glorias, sino que supere las marcas establecidas compitiendo al más alto nivel en un deporte donde la renovación constante es esencial para la subsistencia de su misma infraestructura.
Apostar por políticas de promoción juvenil es la base para seguir produciendo talentos que pongan a Colombia en el mapa futbolístico internacional, como lo ha conseguido el país en las últimas tres décadas.
Con el aroma de un café colombiano, los saludo,
Santiago Ospina López








