Por: Johan Steed Ortiz Fernández
El domingo, Neiva volvió a encender sus velitas. Cada barrio tuvo su propia ceremonia íntima, una mesa en la calle, las familias reunidas, los niños cuidando una llama que parecía frágil, pero que decía mucho más de lo que se ve a simple vista. La noche de Velitas siempre inaugura la Navidad en Colombia, pero este año dejó una sensación distinta, la gente encendió su luz, mientras lo público sigue a oscuras.
En diciembre las emociones se nos acomodan distinto. Uno mira a la familia, piensa en los hijos, agradece lo que tiene, reflexiona y reconoce lo que falta. La ciudad se vuelve espejo. Y el ritual de las velitas, tan sencillo y tan poderoso, nos recuerda algo elemental: la luz no es adorno, es dirección.
Por eso sorprendía ver cómo, en muchos rincones de Neiva, la comunidad se reunió sin esperar nada de la administración. Cada quien organizó su propio espacio, adornó su propia calle, cuidó su propio entorno. Mientras la ciudadanía se iluminó a sí misma, la ciudad institucional sigue sin prender la luz que le corresponde, la de la planificación, la transparencia y la escucha.
La evidencia está a la vista, vías que no avanzan, barrios que se sienten inseguros, obras anunciadas sin norte y decisiones improvisadas que desgastan la confianza. Neiva llega a diciembre exhausta, ignorada y maltratada.
Neiva llega a diciembre exhausta, ignorada y maltratada.
Y vuelve a cargar con esa penumbra que deja la falta de rumbo, esa sombra que se extiende cuando lo público pierde claridad.
El Huila está volviendo a sentir ese viejo terror que pensábamos superado. No ha sido solo Tesalia, La Plata, Algeciras, Acevedo y otras zonas del departamento que han vivido hostigamientos y hechos que estremecen. Es un territorio que clama protección por la vida, y que no soporta más la extorsión que asfixia a nuestros empresarios y productores. Muchos, en esta Noche de Velitas, encendimos una llama pidiéndole a la Virgen que no se apague la paz; que como sociedad nos unamos rechazando y exigiendo seguridad ciudadana, solidaridad y liderazgo real, antes de que la noche se nos haga más larga.
En medio de ese panorama, ver las velitas encendidas por la comunidad tuvo algo de lección, Neiva aprendió a cuidarse sola, pero es injusto que esté huérfana.
Las familias hacen lo que pueden; la administración debería hacer lo que debe.
Este año, además, viviremos la primera Navidad de Salvador que le dará a todo un sentido especial. Cuando uno observa a un hijo frente a la luz de una vela, entiende que las ciudades se planifican pensando en los más pequeños: los que aún no opinan, pero cargarán con las decisiones que tomemos o dejemos de tomar hoy.
La luz que encendimos el domingo fue una expresión de esperanza ciudadana. La luz que aún falta por encender la institucional, es un deber que no admite más aplazamientos.
Diciembre no es para ocultar los problemas, pero sí para mirarlos desde el corazón de la gente. Y la gente, este domingo, habló sin discursos: pidió una ciudad más segura, más ordenada, más transparente y más humana. La pidió con velas, con familia, con unión.
Y mientras veo a Salvador frente a la luz de una vela, entiendo con más claridad lo que deseo para él y para todos los niños de Neiva: una ciudad verdaderamente iluminada.
Iluminada en su rumbo, en su transparencia y en sus oportunidades; una ciudad donde el futuro no dependa de palancas, ni de cercanías al poder, sino del talento, el esfuerzo y los sueños de cada familia.
Una Neiva que no siga privilegiando a los amigos del poder ni a los recomendados de concejales que han hundido a esta ciudad con favores y palancas en un círculo vicioso tóxico que frena al municipio. Una Neiva donde las oportunidades sean por mérito y trabajo de su gente y no de apellidos ni de cercanías politiqueras.
Porque, al final, uno no enciende una vela solo por la Navidad, la enciende por el futuro de sus hijos… y por la ciudad que tenemos la obligación de entregar, mejor que como la encontramos.







