Por: Carlos Tobar
Otra vez, como en un Tiovivo de parque de diversiones, pasa, una y otra vez, la imagen de la crisis permanente de los productores de arroz. Casi que todos los años, sino todos, en los dos semestres en que se divide la cosecha nacional, los agricultores ven como antes de cada recolección los industriales oligopólicos, bajan, hasta el límite de la inanición, el precio de la carga de arroz.
El precio final alcanza, si acaso, para cubrir los gastos. Lo normal es que terminen endeudados esperanzados en que la próxima cosecha les permita pagar las deudas y seguir sobreviviendo. Como en el mito de Sísifo, se convierte en un esfuerzo inútil e incesante de hombres y mujeres que, trabajan duro y con gran sacrificio, pero siempre terminan viendo frustrados sus sueños.
Esta tragedia de los productores nacionales de arroz, como de muchos otros cultivos -algunos de ellos desaparecidos-, tiene su origen en la apertura del gobierno Gaviria, cuando al país se le vendió la idea de que para prosperar teníamos que competir con los productores de todo el planeta. No importaba que, muchos de ellos, especialmente los asentados en países desarrollados estuvieran fuertemente subsidiados por sus gobiernos. O que, tuvieran el apoyo en investigación y desarrollo en Ciencia y Tecnología, o que, en el comercio internacional tuvieran normas que les favorecían.
El arroz es un producto fuertemente arraigado en la cultura de producción nacional. Aunque fue traído por los españoles en el siglo XVI, su consolidación se dio en la primera mitad del siglo XX. Los llanos del Tolima y del Huila y su cultura no se entenderían sin la producción arrocera. Municipios como Campoalegre son la expresión por excelencia de ello.
El “libre comercio” que se impuso en el país en la década de los 90 del siglo pasado y que se formalizó con los Tratados de Libre Comercio- TLC, abrió la época de incertidumbre y decadencia progresiva de la agricultura comercial: arroz, algodón, maíz, soya, sorgo, ajonjolí, etc. No solo era competir con la producción externa que nos agobia con sus importaciones muchas de contrabando, sino que, al ser algunos insumos de origen extranjero, hay que importarlos también a precios internacionales. Obviamente, el encarecimiento de los costos se disparó. De manera simultánea los precios de venta se fueron ralentizando.
Los gobiernos sucesivos dieron como un hecho inevitable esa situación adversa, descuidaron los sectores estratégicos de producción alimentaria y de materias primas, desapareciendo las políticas de protección nacional que garantizara, no solo la seguridad sino la soberanía alimentaria: crédito, investigación y transferencia de tecnología, distritos de riego, almacenamiento, comercialización interna y externa, …
Se configuraron todas las condiciones para una “tormenta perfecta” que tienen al borde de la desaparición al último cultivo de agricultura comercial que sobrevive. La fecha de defunción ya está acordada en el TLC con los EE. UU.: en el año 2030 quedó pactada la desgravación total de los aranceles que protegen este sector vital de la economía colombiana.
Esto es lo que está en juego: la desaparición de miles de empresarios pequeños y medianos, millares de empleos directos e indirectos, la dinámica económica de decenas de municipios, la formación de capital nacional, impuestos significativos. Una tragedia.
Neiva, 03 de marzo de 2025








