Por: José Eliseo Baicué Peña
En tiempos de la 4 Revolución Industrial, del internet de las cosas y de la IA, por supuesto, que es apenas justo y lógico que el estudiante debe estar más y mejor informado y, por consiguiente, más y mejor formado en todos los sentidos.
No obstante, es muy común recibir buenos trabajos del estudiantado, muy bien redactados, con uso correcto de conectores, hilo conductor, buena ortografía y demás reglas gramaticales. Pero, cuando se les pregunta no tienen idea, no entienden lo que “escribieron”, no pueden hacer análisis de contexto, no comprenden nada.
De ahí, que vuelva a insistir: eso no significa que hay que excluir la IA de las aulas. No. Lo que hay que hacer es redefinir los métodos y sus estrategias. Sobre todo, en el proceso evaluativo.
Por eso, en estos tiempos modernos, es necesario desarrollar estrategias pedagógicas que permitan la interrelación de los estudiantes y el profesor. Y, para ello, se requiere buena comunicación, natural, directa, solidaria. Es aquí donde entra la pedagogía dialogante que ha venido promoviendo el maestro Julián de Zubiría desarrollando el pensamiento crítico.
Unido a ello, es urgente promover y estimular que el estudiante sea el protagonista del proceso académico. Que sea líder y promueva su aprendizaje y el de sus compañeros. Se habla de un aprendizaje activo que debe complementarse con una evaluación autentica caracterizada por escenarios propios del mundo real como lo dijimos en la columna anterior.
Cada clase debe convertirse en una experiencia vivida de manera objetiva. Cada clase debe ser una simulación del entorno que enfrenta en su cotidianidad. Y, es deber del maestro orientar cada experiencia de estas facilitando los espacios necesarios para que el estudiante haga sus presentaciones, explique, argumente, opine y proponga tesis.
Cada clase debe ser recordada como práctica emocionante de donde el estudiante extraiga aprendizajes y valores para su vida profesional y personal. En cada clase debe sembrarse la semilla de nuevos conocimientos para la vida.
Cada clase debe ser un verdadero desafío en el que el estudiante invierta esfuerzo, creatividad, disciplina y respuestas como soluciones utilizando lo aprendido y los demás recursos que tenga.
Cada clase debe ser una faena donde se evidencie el trabajo colaborativo, la competencia y la coevaluación. Pues, esta experiencia entre iguales trae consigo aprendizajes mutuos y solidaridad efectiva.
La evaluación debe ser constante y continua. Debe ser durante todo el proceso académico y tiene que buscar no sólo una reacción del estudiante ante el profesor, sino, una forma dinámica de conocer lo aprendido y analizar, conjuntamente, su aplicación.
¡Vamos, sí se puede!








