AMADEO GONZALEZ TRIVIÑO
He pretendido encontrar en las palabras una forma de acercarme a cada uno de mis lectores, sin herir susceptibilidades, sin generar resquemores, sin propiciar distanciamientos u odios o malquerencias que enturbien y lastimen la poca dignidad que aún queda en las almas que viven su conflicto, porque todos, todos vivimos un conflicto, generamos una angustia, confesamos un dolor o nos dejamos llevar por los impulsos, las emociones y esos arranques que no son lo más conveniente para construir una relación o fomentar un acuerdo que nos acerque y nos conduzca a darle rienda suelta a la espiritualidad del verso, al encantamiento de la palabra y a la valoración de los abrazos en símbolos místicos de la amistad profunda que debe reinar entre todos nosotros.
Cada época, cada día, cada instante, es el momento adecuado para que descarguemos todo ese marasmo que nos lastima, para que quizá frente al espejo, busquemos la sinceridad de reencontrarnos con nosotros mismos y poder a su vez, encarar al otro, no confrontándolo, sino para construir puentes que nos permitan zanjar las diferencias y los malentendidos que siempre se dan y que hacen que busquemos a cada instante un espacio para el acercamiento o para el perdón y el olvido.
Durante muchos años hemos pregonado elementos que no son ajenos a nuestra realidad, nuestra sociedad tiene particulares dimensiones que nos llevan, como lo había sostenido en algún ensayo que se difundiera en algún periódico o revista extranjera, sobre esa forma de distanciarnos que se llama la cancelación, última razón del reconocimiento del otro, para su exclusión y su indiferencia.
En aquella ocasión repetía que “es tan persistente esa intolerancia y la confrontación que se suscita a cada instante, que hemos perdido el respeto por el otro en la forma más alarmante, hasta el punto de que la opinión de cualquier ciudadano, termina siendo una sentencia con la que los elementos del lenguaje y de la burla, tienen tal capacidad para arrasar, destruir o como dirían algunos, para dar de baja, a quien opine o diga algo con quien no se comparte una u otra idea de la vida o del mundo circundante.”
Cada día que pasa nos enfrascamos más en nuestro propio ser, perdemos el rumbo y las características de saber y entender que de una u otra forma, hacemos parte de un equipo, de un movimiento social en el que como decía un amigo en un texto que me impresionó, sobre una base sencilla del lenguaje nos permite conocer las formas más hermosas de nuestras relaciones humanas, de nuestro vínculo social o de nuestra espiritualidad. El amigo inicia un trabajo con la frase que ahora comparto e invito a todos ustedes a recordar por siempre: “La gratitud es la memoria del corazón.”
Conocemos muchos amigos y allegados que no salen de su asombro frente a la realidad que se nos vino encima, y esta es una ocasión para que sinceremos nuestros actos y no fomentemos esos distanciamientos y como dice el poeta, busquemos en la palabra la precisión y la elegancia del verso que sea capaz de unirnos en comunión al amor y a todas las formas de entrelazarnos como dioses en un paraíso insondable donde la felicidad, por efímera y pasajera que ella sea, tenga la capacidad de entendernos que entre el perdón y el olvido, siempre ha de florecer un abrazo, un beso, una eternidad.








