Por: José Eliseo Baicué Peña
Frank Fafka, uno de los escritores más grandes del siglo XX, nos cuenta que, en China, la milenaria Dinastía Ming perduró gracias a la construcción de la Gran Muralla, en la cual se comprometieron varias generaciones.
En el mismo sentido, la conformación de los Estados-Nación en Europa, y el paso del sistema feudal al capitalismo, se dieron gracias a este mismo proceso natural.
En general, la historia dice que las sociedades se han construido mediante el constante proceso de relevo de jóvenes a viejos que conviven y crean instituciones,
generando los mecanismos que posibilitan la construcción de compromisos colectivos.
Gracias a este mecanismo natural, tal y como lo plantean los evolucionistas, se han concebido las estructuras sociales, económicas y políticas que hoy se ubican en el contexto regional, nacional e internacional.
Los múltiples esquemas políticos han llevado a concebir como mecanismo ideal a la democracia, de la cual no cabe duda, es el resultado de más de 500 años de historia.
Sobre este sistema se sustentan las bases de la libertad, principio natural del hombre. En la modernidad, cualquier intento de consolidación de sociedades por fuera de la democracia es imposible, dado que, en todas sus versiones, todas radicales, se violenta este derecho fundamental, en donde, por supuesto, están incluidos, desafortunadamente, niños y jóvenes.
Esto es desalentador, porque las políticas que hoy se tomen recaerán sobre la próxima generación de adolescentes, quienes serán los damnificados o beneficiados de las acciones y estrategias que se logren construir en este proceso.
Cuando se analiza con paciencia la literatura sobre el tema, anterior a los años sesenta, es fácil hacer un balance de estereotipos que se mueven en el espectro de la ‘rebeldía’ y la ‘esperanza’, ambos de corte romántico.
Frecuentemente se percibe al joven como sujeto de alta peligrosidad por su protagonismo en fenómenos de violencia y criminalidad. Esta situación es más relevante para aquellos que viven en situación de pobreza y que habitan en las zonas marginales de los centros urbanos. Es decir, se les ve y acusa como victimarios.
¿Están preparados los jóvenes y las nuevas generaciones para afrontar los cambios venideros?








