AMADEO GONZALEZ TRIVIÑO
El país que nos ha correspondido habitar no se repone de las circunstancias históricas que nos han llevado al abandono y la desidia en todos los aspectos tanto sociales, económicos, morales y por qué no decir: espirituales.
Vivimos en los actuales momentos una crisis que reúne todas las anteriores consideraciones juntas, y no es fruto de los últimos dos años de administración pública, sino que son la suma de una serie de hechos que han antecedido a nuestro actual mandatario, con la certeza de que los medios de comunicación, por el inmediatismo y la forma de favorecer grupos políticos que están polarizando este país, se encargan de mostrarnos otra realidad, otra forma de percibir o de comprender lo que ha sucedido y nos negamos a volver los ojos para hacer una radiografía de nuestra verdadera situación de caos y de incertidumbre que hemos vivido hace más de cincuenta años.
Volver trizas el pasado acuerdo de paz de la Habana, es parte de ese proceso histórico reciente que nos cobra caro esta realidad acrecentada por el abandono de regiones como las que se muestran con el mayor índice de criminalidad actualmente, como en el Cauca, el Chocó y Catatumbo, entre otras, y hemos de sumarle el Arauca, Guainía, Casanare, Putumayo y el Caquetá; y volviendo los ojos a las grandes capitales del país, donde la delincuencia y la criminalidad se desborda hasta generar un imperio de impunidad y de corrupción a todo nivel.
No podemos desconocer que la crisis social que se vivió en el periodo presidencial anterior, fue la detonante para que se presentara una salida que se abrigó en la opción del cambio y de un gobierno diferente en esquemas y en propuestas, con el auspicio de una serie de reformas y de logros en política social, que han encontrado toda clase de respuestas negativas por parte de la clase política tradicional, que en últimas es la encargada de direccionar este país, y los logros, por mínimos que sean, hacen parte de una ganancia que no podemos desconocer, pero que nos cobra caro el atrevimiento de haber llegado a pensar diferente, en ese momento electoral.
Es extraordinario poder presenciar la forma de vociferar a los políticos de turno y de negarse a participar en los debates políticos que se hacen en torno al proceso legislativo. No es el ausentismo o el retiro de las sesiones de las comisiones o de las plenarias, las que nos pueden devolver el ritmo de reconocimiento de la realidad social, que tanta urgencia tiene de recomenzar por fijar parámetros en los que los derechos mínimos de lo que son los derechos fundamentales de los colombianos, alcancen o presenten la atención que se requiere y que tanto necesitamos.
Esta reforma a la salud, que aspiramos que el Senado de la República debe depurar y encausar por el sendero que mejor se proponga para el país, es un reto a esta Corporación, y entendamos y hagamos un público reconocimiento a quienes desde ese punto de partida, se concentren en bajarle el tono a la voz, para que con razonamientos claros y precisos, no nos desgastemos en largos episodios de enfrentamiento y de persecución de unos a otros, en aras a encontrar las bases de un gran acuerdo nacional, que contribuya en parte, al proceso de paz en el que estamos comprometidos.
Los legisladores deben volver los ojos a las necesidades primarias, y si todos hemos aceptado que se vienen presentando algunas circunstancias que han disminuido la capacidad y la presencia del Estado en la cobertura de salud, no lo es menos, que esta reforma debe ser por el contrario, base para generar expectativas de un cambio y de una renovación en las prácticas y políticas internas que nos devuelvan la esperanza de una protección al derecho a la salud y por tanto derecho a la vida con dignidad y con tratamientos igualitarios y permanentes en todos los rincones de la patria.








