Por: Gerardo Aldana García
Incluso esta columna que comparto a mis lectores podría haber sido escrita por la Inteligencia Artificial – IA. Habría bastado darle unos elementos básicos en una perspectiva de contexto pretendido, y entonces tendría una, o varias propuestas para que yo seleccionase aquella de mi gusto. Como esta disciplina ligada al bello arte de redactar una opinión para socializar en un prestigioso medio de comunicación como el Diario del Huila, son tantas las áreas en las que la IA no solo sirve si no que compite con el ingenio humano; el arte en sus diversas manifestaciones no escapa de tan singular y retador escenario. Estoy seguro de que junto conmigo muchos escritores extrañaron y hasta hicieron el luto a la desaparición del oficio de escritura que tenía por instrumento materializador de sueños e imaginarios, a la hoja de papel y el bolígrafo. Hablar de lo que esto significaba en lo más hondo del alma del prosista o ensayista, da para escribir un cuento de portentosa fantasía o una novela de capítulos vivificantes en donde la tinta cuida amorosamente la hoja antes de causar una enmendadura mientras esta última ansía un nuevo trazo del vate o del cuentero en procura de acercarse al nudo o quizás al desenlace de una historia que se escapa en artículos, preposiciones, adjetivos o verbos llenos de música, ritmo, aún en tramas de dolor o angustia.
Pero si el bolígrafo y la desnuda o sonrojada hoja ya vivieron el doblaje de campanas en su triste funeral, qué decir del personal computure o PC, que, habiendo defenestrado al binomio de folio y tinta hacia el abismo de la memoria y el desuso, hoy vive la amenaza de un nuevo rey; si la IA, que, desde su insondable biblioteca le dice al escritor: no te molestes más en dejar tus huellas sobre ese teclado; para qué insistir en tus búsquedas de sinónimos o abrevar en lecturas de autores referentes que faciliten la concreción de tus ideas. Yo te doy todo eso y más en unos pocos minutos. Esto sí que se perfila como una grave amenaza no solo a la supervivencia del ingenio y la creatividad si no también al derecho inembargable de un lector, que es un ser humano, de acceder a una historia venida de la vastedad, o acaso de la superficialidad, de otro congénere; no de un ingenioso, pero artificial dictado de un sistema de información. Hace pocos días leíamos poesía en homenaje al oficio de los artesanos huilenses, Miguel de León, Juan Arturo Labrador y yo, y recuerdo que, al finalizar la intervención del poeta Labrador y luego de recibir los aplausos, él dijo: y esto es pura inteligencia natural. Esta frase aclaratoria del encantador escritor se sintió como un dardo al corazón de quien rima o deja correr libre el verso. Pero, aunque la expresión ya no tenía música, resultaba tristemente cierta y a la vez sensiblemente aleccionadora, para todo aquel que pueda sentir la intención de agazapar su don de juglar frente a la provocación de un dictado artificial.
Y si vamos al exuberante universo de la música, la posible decadencia del oficio no podría ser menor. Los compositores del ayer de apenas mediados de siglo XX y, seguramente hasta principios del XXI, que amaron la hoja pentagramada como una herencia inembargable de Mozart o del notabilísimo colombiano José María Ponce de León, compositor de óperas, zarzuelas y música para piano y guitarra, apenas se conforman con el recuerdo de sus noches o días en los que llenaban de pepas las líneas y sus espacios tras plasmar esos sonidos que habitaban en su mente creadora y que danzaban descoordinados para luego verse todos en una sola melodía escrita por el científico de la música, el compositor. Por supuesto que este papel, esta hoja de mudo pentagrama, ring borrascoso o apacible para el creador de ritmos, cedería su imperio al computador en donde también están los trazos para llenar con negras, corcheas o blancas; es solo que, mientras el compositor de antaño solía tener apenas su guitarra, o algunos, un piano, para probar una y otra vez su propuesta de creación, el compositor de hoy, doblegado por la tecnología moderna, puede escuchar no solo uno o dos o tres instrumentos a la vez, si no, toda una orquesta y así acceder al universo que pretende para su obra en proceso. Por supuesto que el compositor que reemplazó el pentagrama físico por el digital debe mantener, como su antecesor, algo de indefinible valor: el talento, la creatividad, la autenticidad. No obstante, la IA es una exultante seductora que se vale de todos sus archivos y programas para proponerse al compositor moderno como una musa original que lo puede acercar rápidamente a opciones tantas de obras musicales para las que solo requiere que el creador le de parámetros, ideas, contextos. Muchos ya caen en esta práctica, sin percatarse, o tal vez sí, de que cada nueva obra dictada por la IA puede ser un triunfo trivial para denostar el imperecedero oficio de la creación musical.
El reto es claro: ya sea en la escritura o en la música, los artistas que alguna vez dominaron estos campos deben decidir si defenderán lo esencialmente humano en su oficio frente a las tentaciones aparentemente irresistibles que trae consigo una inteligencia artificial cada vez más poderosa.








