El Vaticano se convierte nuevamente en el centro de atención del mundo católico. Este martes se dio inicio al cónclave, el proceso reservado y solemne mediante el cual los cardenales eligen al nuevo pontífice tras la vacante en la silla de Pedro.
Con la tradicional fórmula del juramento de silencio y bajo el techo de la Capilla Sixtina, los purpurados inician uno de los rituales más antiguos y cargados de simbolismo de la Iglesia.
Aunque no hay un plazo definido para su duración, se espera que la decisión se tome en pocos días. “Será breve, dos o tres días. Tengo las ideas claras. Yo sé a quién votar”, declaró a la agencia EFE el cardenal Raphael Sako durante las congregaciones previas. Su pronóstico coincide con la experiencia reciente: el papa Francisco fue elegido en tan solo dos días en 2013, al igual que Benedicto XVI en 2005. Sin embargo, hay precedentes mucho más extensos. El cónclave más largo de la historia duró casi tres años, entre 1268 y 1271, y concluyó con la elección de Gregorio X tras un encierro forzado, sin techo y con raciones mínimas de alimento.
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El proceso de elección está estrictamente regulado. Actualmente, solo se admite la modalidad del escrutinio secreto. Cada cardenal escribe a mano el nombre de su elegido bajo la frase en latín Eligo in Summum Pontificem (“Elijo como Sumo Pontífice”), y deposita su voto en un cáliz dispuesto sobre el altar. Para que un candidato sea proclamado papa, debe alcanzar una mayoría de dos tercios. Si no se logra, se repite la votación hasta que haya consenso. Está prohibido que un cardenal vote por sí mismo.
En contraste con el cónclave más largo, el más breve se resolvió en apenas diez horas, en 1503, con la elección de Julio II. Pero más allá de la rapidez, lo que marca el ritmo del proceso es la posibilidad de consenso entre los cardenales. Mientras tanto, el mundo observa atentamente la chimenea vaticana: cuando el humo blanco se eleve, se sabrá que el nuevo líder de la Iglesia católica ha sido elegido.
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