AMADEO GONZALEZ TRIVIÑO
Muchos se preguntan por la suerte de nuestros pueblos, otros pregonan que pueblo es pueblo y como pueblos estamos condenados al olvido, con la presencia de aquellos administradores de la cosa pública, que consideran que en sus feudos, en sus periodos, tienen un único momento en el que “supuestamente” se preocupan por el ahora, en cuanto tiene que ver con ese afán desmedido por comprometer los recursos públicos para largos periodos de tiempo y que en un abrir y cerrar de ojos, se hagan las inversiones que durante mucho tiempo no se han hecho, garantizando recuperar esa inversión como los prestamistas usureros, y se comprometen los ingresos de largos periodos que van a impedir el cumplimiento de los fines sociales de los impuestos municipales.
Son las formas de endeudamiento que en forma irracional se viabilizan por aquellos que tienen la potestad de hacerlo, y no es que les falte inteligencia que no tienen, sino que lo hacen por ignorancia, al negarse a conocer o buscar el apoyo y entender la realidad del mundo circundante que habitan, y no se equivoca un versado en el proceso sociológico de nuestra provincia que me recordó al escritor norteamericano: George Orwell, quien sostenía: “Es espantoso que gente tan ignorante tenga tanta influencia”, y a decir verdad, parece día a día, estamos en esas manos y quienes se aprovechan de aquellos, son quienes dicen ser los dignatarios que nos representan.
Y solo basta mirar el panorama político colombiano y local, en una simbiosis que nos aproxima a entender los rumbos de la historia, en ese complejo, permanente y reiterado ir y venir de situaciones y de hechos que pueden superarse y que debían dejarnos enseñanzas, pero que la forma en que se enceguecen unos y que atropellan otros, hace que no alcancen los tiempos para el cambio y para lo que en últimas termina siendo, la sin salida a la crisis institucional que se vive, como digo inicialmente, desde arriba hasta abajo, desde la cabeza, hasta la cola.
Y viene en mi auxilio el pasado y esa necesidad de evocar una de las primeras obras de la humanidad, como la ODISEA de Homero, cuando encontramos en su canto: “Es de ver cómo inculpan los hombres sin tregua a los dioses achacándonos todos sus males. Y son ellos mismos los que traen por sus propias locuras su exceso de penas.” Y complemento las frases con mi propia cosecha: son ellos mismos los que labran su riqueza en medio de la ruindad que van dejando, sin darse cuenta que más allá, cuando les llegue la hora, ningún buen recuerdo quedará de sus nombres.
Los ciclos históricos se suman, y se suman con tragedias y dolores, y es cuando los carnavales que se aprovechan, vienen como lenitivo de los desastres que mañana se anuncian, y entre francachelas y comilonas, hagamos la fiesta y olvidémonos de todo y de todos, porque primero está el circo, el circo y sus marionetas y más allá, el que mueve los hilos para hacer el aspaviento de untarse de poder y quedar incólume con sus fechorías para la posteridad, porque la pena, cuando llegue la sanción, será tarde y quizá, todo sea parte de un proceso de corrupción y de felonía que se seguirá repitiendo por siempre, como ha sucedido con los recursos públicos y con el hambre de cientos y cientos de colombianos, que con solo participar en un proceso electoral, se encargan cada periodo, de pasarle el brazo por el hombro al infeliz, para luego lavarse con todos los detergentes por el asco que les produjo ese momento de falsa solidaridad que valió un voto y otro voto, hasta alcanzar el banquete que hoy, no lo sacia y nunca lo saciará.
Este texto que ha de publicarse en plena fiesta sampedrina, cuando estamos a un año y un mes largo del periodo presidencial, y otros dos años y medio de muchos gobernantes de provincia, puede que pase desapercibido, o que muchos de sus lectores, no lo entiendan, pero sin lugar a dudas, el desastre que se ve venir en nuestras regiones y más allá, en nuestro Estado Social de Derecho, no es más que un pequeño abrebocas de un desangre, donde muy pronto, nos llevara, sin saber, ni entender la razón de ser, que terminen por privatizarnos el parque principal, la galería, los centros deportivos, el estadio de futbol y por qué no, el derecho a salir a las calles de nuestros pueblos. Presagios que, en esta incertidumbre, son solo parte de un espejismo al que nos llevaron quienes siempre pregonaron que la democracia, era el poder de saber utilizar el voto, y entender: si no se aprovecha el cuarto de hora, nunca más les quitarán la marranita que engordaron para la comilona.
Definitivamente, manejar los recursos del pueblo, nos exige y demanda ser como dioses, pero desafortunadamente parece que nos ha tocado ver como hemos caído en manos de plebeyos.








