ERNESTO CARDOSO CAMACHO
Si bien es cierto es una frase recurrente también lo es que es verdadera. Donde hay sistema democrático es esencial que haya actividad política que se ejerce a través de los partidos o de los movimientos sociales, culturales y/o ambientales; como ocurrió en Europa, donde en algunos países los ambientalistas mutaron luego a partidos ecologistas o partido verde. En Colombia nació el partido Alianza Verde fundado, entre otros, por quien hoy funge como fugitivo asilado en Nicaragua, imputado por la Fiscalía como el cerebro operativo del escándalo de corrupción que sacude al gobierno Petro.
En la lucha política el objetivo es alcanzar el poder del Estado para plasmar en el ejercicio del gobierno, las promesas electorales que siempre irán dirigidas a satisfacer las necesidades ciudadanas en los aspectos vitales de una sociedad. Allí es donde cada partido o movimiento establece una propuesta programática que, unida a ciertos valores y principios éticos y morales, constituyen su razón de ser y con los cuales concita la voluntad popular.
Luego, es necesario construir en democracia, un sistema constitucional regido por el llamado Estado Social de Derecho plasmado en la Constitución; sistema que se caracteriza por reconocer la soberanía del pueblo como fuente del poder del Estado que delega en el constituyente secundario, el Congreso o Parlamento; la capacidad de crear o modificar la propia constitución, además de definir las normas legales que regulan la sana convivencia social. Por ello muchas veces se generan tensiones entre la soberanía popular y el poder del congreso como hemos visto que estimula con alta dosis de populismo el presidente Petro. Al tiempo se generan también tensiones inconvenientes entre las tres ramas del poder público, dirigidas a afectar la autonomía e independencia que las caracteriza, aunque deben cooperar entre ellas de manera armónica para alcanzar los fines esenciales del Estado, tal como con sapiencia lo establece el artículo 113 de la Carta.
En este claro contexto de la ciencia política siempre será necesario fomentar y estimular la cultura ciudadana que conduzca a entender e interpretar esa dinámica política, precisamente para evitar la manipulación que generalmente se presenta en la discusión ideológica que tiende a expresarse en la llamada polarización.
Pero también es necesario precisar que en sí misma la polarización no es buena ni mala, en la mediad en que se entienda como la confrontación programática de quienes lideran los partidos y movimientos, sin llegar a fomentar los fanatismos que por desgracia hoy estamos padeciendo en Colombia y en otras latitudes. En este escenario de confrontación es donde los medios de comunicación tradicionales, deberían jugar un papel de exigente objetividad sin caer en el juego de servir como cajas de resonancia o peor aún asumir como propias las banderas de los protagonistas. El asunto es tan delicado que, cuando se estimulan esas pasiones banderizas e ideológicas, se pierde la sensatez de poder alcanzar consensos democráticos que además de superarlas, se logre construir acuerdos que vigoricen el sistema democrático como única y real opción de avanzar en las soluciones sociales.
Ya estamos viendo como en las redes sociales, el inevitable vehículo eficaz donde hoy se evidencian tales falencias, los insultos, las injurias y calumnias pululan por doquier, generando un clima de incertidumbre e incluso de temor, donde prácticamente el diálogo social se convierte en diálogo de sordos, en donde la escucha se pierde ahogada en el fanatismo.
En estas circunstancias nuestro sistema democrático se deteriora aún más y se abren las puertas a posturas dictatoriales y tiránicas que nada bueno aportan a la estabilidad institucional, el progreso y bienestar de los ciudadanos.
Siendo como sin duda es dinámica la política, sus protagonistas deberían asumir una conducta más razonada y respetuosa con sus adversarios o contradictores, pues es indiscutible que el disenso es necesario, pero éste debería ser conducido con moderación y respeto a quien piensa diferente.
La violencia verbal es un arma eficaz para despertar las bajas pasiones que en la confrontación política e ideológica se sabe cómo empiezan, pero nunca se sabe en que terminan. Ya tenemos nefastos ejemplos en nuestra vida republicana.








