Por: Amadeo González Triviño
Los acontecimientos que se viven en la política colombiana nos generan muchas dudas e incertidumbres sobre la forma como han de encararse los procesos en el Congreso de la República, para el debate de las reformas sociales, que han sido la bandera del actual presidente de la República, y que todo apunta al fracaso total, al igual que la respuesta del pueblo colombiano en las próximas contiendas electorales.
Nuestro escepticismo está direccionado desde la crisis que se vive en el más importante bastión de los colaboradores del primer mandatario, cuando los ministros que eran sus aliados más destacados, han decidido dar un paso al costado y en forma irrevocable, se han marginado de continuar en el proyecto político, pese a que dicen ser fervientes seguidores de la política implementada y que son consecuentes con la necesidad del cambio en la forma y el estilo de gobernar para Colombia.
Si, en efecto, dentro del contexto de la realidad social, y ante el panorama aterrador desplegado por las fuerzas de oposición, se han planteado como enemigos de los proyectos sociales del actual gobierno nacional, contando con la fuerza más poderosa e inquisitiva que se tiene en los medios de comunicación, de todo orden, es cuando no podemos ser ajenos a una realidad y a una situación de inmediatismo, que busca y propende por hacer difusas las opciones de cambio y distraer a la opinión pública, con información sesgada y recortada e incluso aún falsa, para que mediante la omisión del deber de informar, pasen a convertirse los noticieros en focos de opinión y no de comunicación.
Este andamiaje, que todos conocemos y sabemos, le hace mucho daño al país, y si dentro del grupo más cercano de colaboradores del señor Presidente, no hay un esquema de unidad y de entrega por la defensa de la causa enarbolada con el proyecto político de cambio de mentalidad y de las políticas sociales y fiscales que fueron parte de la campaña, todo se trastoca en una dimensión aún más grave, generando incertidumbre por la forma como hemos de terminar este gobierno, al igual por lo que ha de proyectarse ese proceso electoral en el cual estamos inmersos desde el momento mismo en el que el actual mandatario ganó en las urnas para llegar al poder.
Y si a lo anterior hemos de sumarle la forma obstinada de gobernar que hemos conocido y que hay una especie de idea por mantenerse en la raya de su intención y voluntad de gobernar y que puede distanciar o que puede causar un gran malestar dentro de sus propios seguidores, es cuando pasamos a confrontar procesos históricos de los cuales, ninguna posibilidad de éxito hemos de abrigar en el futuro y por el contrario, generarán una cuenta de cobro, de impredecibles consecuencias, o mejor, un fracaso total de cualesquier otro proyecto similar a corto plazo.
La política y los políticos, no son malos por naturaleza, hacen parte de un proceso dialéctico dentro del desarrollo social que, desafortunadamente han tomado el curso de comprometer más allá de la propia moralidad de sus convicciones, a trastocarse por egos salpicados por intereses personales, donde se vende el alma al diablo, sin importar las consecuencias de ello, y donde la corrupción y la forma de extender los tentáculos es aterrador e impredecible, alentado incluso por la impunidad y el grado de contaminación al que se ha llegado, en todos las instancias o entidades de control instituidas para decantar el comportamiento y la forma de administración de los recursos públicos.
No nos queda otra esperanza, dudas e incertidumbre sobre lo que ha de ser el mañana de un proceso político que se desmoronó por personalismos y por “querer aprovechar un cuarto de hora” que difícilmente se podrá alcanzar, cuando la sociedad misma, ciega e indiferente, se encargó de polarizarse por esa forma impúdica de querer tratar al otro y de demeritar o desprestigiar lo que se hace, por miedo a que sus logros sean la base de un éxito que no están dispuestos a tolerar o patrocinar.








