La cuenta regresiva para el Mundial de Fútbol 2026 ya empezó en Estados Unidos, y con ella también una advertencia que no pasó desapercibida: quienes vayan a celebrar el fútbol, que también preparen el regreso.
Así lo dejó claro esta semana el vicepresidente J.D. Vance durante una conferencia de prensa en la Casa Blanca, donde, entre vítores al evento deportivo, se reiteró la línea dura del gobierno de Donald Trump en materia migratoria.
“Queremos que vengan, que celebren, que vean el partido”, dijo Vance ante los medios. “Tendremos visitantes de casi 100 países”. El mensaje parecía una bienvenida abierta al mundo, en vísperas del evento deportivo más grande del planeta. Sin embargo, no tardó en llegar la condición: “Cuando se acabe el plazo, tendrán que irse a casa; de lo contrario, tendrán que hablar con la secretaria Noem”.
La alusión no fue casual. Kristi Noem, secretaria de Seguridad Nacional, es conocida por liderar redadas de detención en todo el país, incluso en zonas tradicionalmente consideradas “protegidas” como iglesias y hospitales. Su nombre, en boca del vicepresidente, funcionó más como advertencia que como protocolo.
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La Copa Mundial 2026 se jugará en tres países: Estados Unidos, México y Canadá. De los 107 partidos, 60 se celebrarán en suelo estadounidense, marcando el regreso del torneo a ese país por primera vez desde 1994. Las ciudades anfitrionas —entre ellas Los Ángeles, Miami y Nueva York— se preparan para un repunte histórico en turismo, pero bajo una vigilancia migratoria igualmente reforzada.
El secretario de Transporte, Sean Duffy, también tomó la palabra para alentar el viaje de fanáticos internacionales, pero fue enfático: “No se queden más tiempo del permitido por sus visas”.
Desde que Trump volvió a la Casa Blanca, su administración ha intensificado las medidas migratorias. Además de las redadas, se ha instado a extranjeros a “autodeportarse” y se han ampliado las zonas de acción para los agentes migratorios, incluso cerca de escuelas y centros médicos.
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