Diario del Huila

En el mundo llueven las guerras y en Colombia no escampa

Jun 18, 2025

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Por ALFREDO VARGAS ORTIZ
Abogado y docente de la Universidad Surcolombiana
Doctor en Derecho, Universidad Nacional de Colombia

El planeta atraviesa una oleada de conflictos bélicos que ponen en riesgo la estabilidad internacional. La guerra entre Rusia y Ucrania, el genocidio perpetuado por Israel contra el pueblo palestino y la respuesta militar de Irán a los ataques israelíes configuran un panorama de tensión global. Esta situación ha alineado a potencias como Francia, Alemania e Inglaterra en defensa del sionismo, mientras Estados Unidos, como ya es habitual, guarda silencio cómplice frente a la masacre que diariamente ocurre en la Franja de Gaza.

La ineficacia de los llamados de la comunidad internacional y de organizaciones de la sociedad civil para detener estas violaciones sistemáticas a los derechos humanos es un hecho alarmante. La pasividad frente al sufrimiento de pueblos enteros asediados por un Estado armado hasta los dientes, protegido por potencias mundiales, es una bofetada a los principios universales de la humanidad.

En el contexto estadounidense, las políticas segregacionistas impulsadas por el expresidente Donald Trump han dejado una estela de inestabilidad. El discurso xenófobo y las restricciones migratorias han provocado movilizaciones sociales, crisis económicas y una creciente fractura en el tejido social. Resulta paradójico que un país fundado por migrantes convierta el anhelo del «Sueño Americano» en una pesadilla para millones de latinoamericanos, africanos y otras comunidades que hoy son tratados como amenazas, vigilados y perseguidos por un sistema que se fortalece con el miedo.

Y si afuera llueve, en Colombia no escampa.

Año tras año, el país se sumerge en un espiral de violencia que parece no tener fin. Grupos armados, bandas criminales y delincuencia común continúan al acecho, mientras el discurso de la “seguridad democrática” resurge en cada proceso electoral como un eco gastado de promesas rotas. La estrategia del miedo sigue siendo una herramienta de manipulación política. Como advertía Mahatma Gandhi, «ojo por ojo y el mundo quedará ciego».

Pero más allá del conflicto armado, hay una violencia cotidiana que nos corroe por dentro. ¿Está acaso nuestra violencia inscrita en el ADN de la nación? ¿Por qué nos odiamos sin conocernos? ¿Por qué optamos por el insulto como primera herramienta de diálogo? Las palabras nos matan antes que las balas, y los datos son escalofriantes: más de 14.000 muertes violentas al año. Matamos por razones absurdas: por el género, por una discusión, por drogas, por alcohol… o simplemente por costumbre.

Colombia sufre una patología social que debe ser abordada como un problema de salud pública. Urge una respuesta estructural y profunda que no puede recaer solo en el presidente Petro ni en su gobierno. Es una responsabilidad de todos: partidos políticos, ramas del poder público, organismos de control, medios de comunicación y, de manera especial, del sistema educativo.

Propuestas para construir la paz en Colombia:

  1. Educación para la convivencia: Incluir desde la primera infancia contenidos en derechos humanos, resolución pacífica de conflictos, empatía y diversidad.
  2. Reforma cultural desde las escuelas y universidades: El arte, la literatura, el teatro y la música deben ser pilares fundamentales de una nueva narrativa colectiva que supere el odio y el resentimiento.
  3. Medios de comunicación responsables: Promover una comunicación ética, que visibilice las historias de reconciliación y no solo las cifras de violencia.
  4. Políticas públicas integrales: Tratar la violencia como una enfermedad social implica crear programas comunitarios, casas de justicia, atención psicológica y oportunidades económicas para jóvenes en riesgo.
  5. Justicia restaurativa: Ampliar mecanismos de reparación simbólica y material para las víctimas del conflicto y fortalecer espacios de verdad y memoria.
  6. Diálogo social permanente: Crear espacios de concertación donde la ciudadanía tenga voz activa y se construyan pactos sociales desde los territorios.

Si no tomamos el rumbo correcto, seguiremos condenados a repetir un ciclo sangriento que nos ha robado generaciones enteras. La paz no es un milagro ni un decreto: es una tarea diaria, colectiva, compleja, pero posible. Y el momento de actuar es ahora.

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