En el sur del Huila, animales silvestres que no pueden volver a su entorno natural a causa del tráfico ilegal, la cacería o el cautiverio, encuentran una segunda oportunidad como embajadores de la educación ambiental. En el Sendero de Interpretación del Macizo Colombiano, estas especies irrecuperables se convierten en protagonistas de una valiosa labor pedagógica que busca despertar conciencia sobre la conservación de la biodiversidad.
DIARIO DEL HUILA, MEDIO AMBIENTE
Cuando el regreso al bosque, al río o al cielo ya no es posible, una segunda oportunidad de vida aún puede surgir para algunos animales silvestres del Huila. En la finca Marengo, zona rural de Pitalito, funciona el Sendero de Interpretación Ambiental del Macizo Colombiano, un espacio donde habitan especies que no pueden ser devueltas a su hábitat, pero cuya existencia ahora despierta conciencia y educa sobre el daño que deja el tráfico y la tenencia ilegal de fauna silvestre.
Entre ellos, se encuentra un águila real de montaña que fue hallada en el municipio de Santa María, con su ala derecha destrozada por perdigones. Incapaz de volar, fue trasladada a un centro especializado en Pereira para una cirugía que no logró devolverle su capacidad de alzar vuelo. Según la normativa ambiental vigente, su condición la hacía candidata a eutanasia. Sin embargo, encontró un nuevo destino: convertirse en símbolo viviente de resiliencia, protección y respeto por la vida silvestre.
La historia de esta ave rapaz no es un caso aislado. Junto a ella conviven chigüiros, tortugas, reptiles, aves mutiladas, mamíferos con impronta humana e incluso animales exóticos traídos desde otros continentes. Todos comparten una misma realidad: su contacto con el ser humano les dejó secuelas físicas y psicológicas irreversibles.
«Muchos de estos animales presentan fracturas que no sanaron bien, mutilaciones o trastornos de conducta severos que los hacen dependientes del cuidado humano», explica Nancy Ramírez, veterinaria de la Corporación Autónoma Regional del Alto Magdalena (CAM), entidad que lidera la operación del sendero.
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Algunos, como el águila real, pasaron por procesos de rehabilitación en centros externos y luego fueron trasladados al hogar de paso de la CAM, donde reciben atención médica y alimentación especializada. Pero su rol va más allá del simple cuidado: se convierten en verdaderos embajadores del respeto por la fauna silvestre.
El sendero funciona como una aula viva, donde visitantes, en especial estudiantes, tienen un contacto directo con los animales y sus historias. Es aquí donde, según la bióloga Luisa Jaramillo, ocurre el verdadero cambio.
«Cuando las personas escuchan estas historias y observan de cerca las consecuencias del tráfico y la caza ilegal, su percepción cambia. Muchos se convierten en multiplicadores del mensaje de conservación», señala.
A través de carteles informativos, charlas guiadas y la observación directa, los visitantes aprenden a reconocer las especies nativas, sus hábitats y las amenazas que enfrentan. También comprenden la importancia de mantener la fauna silvestre libre y no verla como mascotas, trofeos o enemigos.
Carlos Andrés González, director territorial sur de la CAM, destaca el valor pedagógico y simbólico del sendero.
«Aquí no solo damos refugio. Estas historias le hablan a la gente. Nos enseñan a no repetir los errores, a valorar la vida silvestre y a entender que cada especie cumple un rol en los ecosistemas», afirma.
La iniciativa, que abarca 62 hectáreas con condiciones naturales óptimas, recintos adecuados y atención veterinaria permanente, representa una alternativa ética y educativa frente al sacrificio de animales irrecuperables.
En un mundo donde miles de especies enfrentan amenazas por causa del ser humano, estos animales, aunque ya no puedan correr, trepar o volar, aún cumplen una función vital: inspirar, conmover y educar. Su presencia silenciosa en los senderos del sur del Huila habla de segundas oportunidades, pero también de una responsabilidad compartida: proteger lo que aún podemos salvar.

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