Por: Ramiro Andrés Gutiérrez Plazas
Nos acostumbramos a esperar. Esperar que el Estado resuelva, que el alcalde actúe, que el gobierno construya. Si no arreglan la vía, nos quedamos sin vía; si no construyen el colegio, los niños se quedan sin ir a estudiar. Vivimos pendientes del presupuesto público, como si la acción colectiva hubiera muerto. Lo que antes se hacía mancomunadamente, hoy se deja a la suerte de la voluntad de un gobernante. Esa costumbre de delegarlo todo nos ha ido quitando el sentido de comunidad.
Pero no siempre fuimos así. En Neiva, por ejemplo, la comunidad entera se movilizó en 1964 en la recordada Marcha del Ladrillo, una iniciativa impulsada por el entonces alcalde Guillermo Plazas Alcid. Aquella jornada no fue simbólica, hombres, mujeres y jóvenes salieron a las calles con ladrillos en las manos para aportar a la construcción del estadio que hoy lleva su nombre. Esa movilización popular fue la semilla de una obra que se consolidó años después en 1980. Es la viva representación de compromiso, voluntad y trabajo colectivo.
Algo similar sucedió en Granada, Antioquia, aunque en circunstancias mucho más duras. El 6 de diciembre del año 2000, una toma guerrillera dejó el municipio destruido. Más de 20 personas perdieron la vida y el centro urbano quedó prácticamente en ruinas. Pero la respuesta del pueblo fue ejemplar, los pobladores organizaron lo que llamaron también la marcha del ladrillo, o la marcha del adobe, cargando materiales sobre sus hombros para reconstruir su propio pueblo. Sin esperar decretos ni partidas presupuestales, levantaron nuevamente sus calles, sus casas y su dignidad.
¿Dónde quedaron esas mingas? ¿Dónde está esa energía que nos unía para construir en lugar de destruir? Hoy, cuando vemos una movilización, en su mayoría es para protestar, y aunque la protesta es válida y necesaria, no lo es la violencia ni la indiferencia que a veces la acompaña. La inconformidad debería movernos, sí, pero hacia la acción, hacia el cambio que nace desde la comunidad.
Hace unos días conversaba con un amigo sobre el bus del municipio donde él creció. Ese vehículo, que transporta a los estudiantes que viajan a Neiva, vive en metido en el taller. El alcalde argumenta que no hay recursos para cambiarlo, aunque sí los hay para las fiestas de San Pedro. Los estudiantes protestaron, bloquearon vías, exigieron soluciones, y nada cambió. Entonces me pregunto, ¿por qué no organizarse y buscar alternativas? ¿Por qué esperar siempre que el Estado actúe primero?
El Estado tiene la obligación de servir, claro está, pero el pueblo es más grande que el Estado. Somos nosotros quienes debemos trazar el rumbo, marcar el paso, inspirar la acción. Los gobernantes deberían ser ejecutores de una hoja de ruta que nosotros, como ciudadanos, les exijamos con el ejemplo.
Transformar no empieza con un presupuesto. Empieza con una decisión.
Empieza cuando dejamos de decir “que lo haga el gobierno” y volvemos a decir “hagámoslo nosotros”.








