Por: Felipe Rodríguez Espinel
Colombia se encuentra en una encrucijada geopolítica y económica. La inminente adhesión del presidente Petro a la iniciativa china de la Ruta de la Seda representa no solo un viraje en nuestra política exterior tradicionalmente alineada con Estados Unidos, sino un riesgo considerable para la estabilidad económica nacional. Este movimiento estratégico, adoptado con alarmante opacidad, puede hipotecar el futuro del país.
La Ruta de la Seda, proyecto emblemático de la expansión global china, ofrece espejismos de prosperidad que ocultan peligrosas realidades. Aunque 140 países se han adherido a esta iniciativa, muchos ya experimentan las consecuencias negativas de abrazar al dragón asiático sin las debidas precauciones. El caso ecuatoriano es particularmente aleccionador. Comprometió su producción petrolera por décadas como garantía para préstamos chinos, limitando severamente su soberanía económica y capacidad de negociación futura.
La falta de transparencia en este proceso resulta profundamente preocupante. El presidente Petro canceló la presentación del acuerdo ante la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores, negando a empresarios y políticos la posibilidad de analizar un documento que comprometerá a administraciones futuras. Esto sugiere términos potencialmente desfavorables para los intereses nacionales, además de contradecir principios democráticos básicos de construcción de políticas de Estado.
El colosal déficit comercial con China, que supera los 13.000 millones de dólares, constituye una señal de alarma que no puede ignorarse. Este desbalance refleja una relación comercial profundamente asimétrica: exportamos materias primas de bajo valor agregado e importamos bienes manufacturados y tecnología. Sin mecanismos concretos para equilibrar esta relación, la Ruta de la Seda amenaza con profundizar nuestra dependencia de commodities, ralentizando el desarrollo industrial doméstico.
Ahora, en plena guerra comercial entre Estados Unidos y China, alienar a nuestro principal socio comercial y aliado estratégico podría desencadenar represalias comerciales devastadoras. Las advertencias de funcionarios estadounidenses sobre posibles impactos en exportaciones clave como flores y café no deben tomarse a la ligera. En 2024, el 27% de nuestras exportaciones se dirigieron a Estados Unidos, mientras China apenas representó el 6%.
La Ruta de la Seda revela otro patrón alarmante como la dependencia financiera creciente. Los préstamos chinos típicamente imponen condiciones onerosas, incluyendo el uso de empresas y trabajadores chinos en proyectos de infraestructura, limitando la transferencia tecnológica y la creación de empleo local. Estos acuerdos generalmente incluyen cláusulas que comprometen recursos naturales como garantía.
Necesitamos diversificar nuestras relaciones comerciales, pero no a cualquier precio. La integración con Asia puede y debe realizarse de manera equilibrada, transparente y con salvaguardas efectivas para nuestra economía. Países como Chile o Perú han desarrollado vínculos productivos con China sin comprometer su autonomía económica ni sus alianzas tradicionales.
Los beneficios prometidos por la Ruta de la Seda podrían resultar efímeros, mientras que los riesgos para nuestra soberanía económica, estabilidad comercial y posición geopolítica son graves y duraderos. En un mundo de competencia entre potencias, Colombia debe navegar con extrema cautela, no lanzarse precipitadamente a los brazos de un gigante cuyas intenciones estratégicas distan de ser altruistas.








