Por: Felipe Rodríguez Espinel
La crisis política que atraviesa Colombia bajo el gobierno de Gustavo Petro ha alcanzado un punto de inflexión, podemos observar con preocupación cómo la promesa del «cambio» se desmorona bajo el peso de contradicciones internas y decisiones cuestionables que han llevado a una crisis gubernamental sin precedentes.
El detonante más reciente, el nombramiento de Armando Benedetti como jefe de Despacho, representa una paradoja fundamental en la narrativa del cambio que Petro ha intentado construir. ¿Cómo explicar que un gobierno que prometió romper con las viejas prácticas políticas nombre en un cargo crucial a una figura que encarna precisamente lo que prometió combatir? Benedetti, con sus antecedentes de denuncias por conductas machistas y señalamientos de corrupción, simboliza la antítesis del discurso transformador que llevó a Petro al poder.
La transmisión en vivo del Consejo de Ministros, que pretendía ser un ejercicio de transparencia, se convirtió en el escenario donde se evidenció la profunda fractura del gobierno. La confrontación entre la vicepresidenta y la canciller no solo expuso las tensiones internas, sino que también reveló la fragilidad de las alianzas que sostienen al gobierno.
La avalancha de renuncias que siguió, incluyendo figuras clave como la ministra de Ambiente, reconocida por su gestión en la COP16 de Biodiversidad, sugiere que el problema va más allá de simples desacuerdos administrativos. Estamos presenciando el colapso de la coalición de izquierda que hizo posible la victoria de Petro en 2022.
El tiempo se agota para el gobierno. Con apenas año y medio antes de las elecciones de 2026, las promesas incumplidas se acumulan. La reforma a la salud sigue estancada en el Congreso, la política de paz total enfrenta serios reveses tras la crisis en el Catatumbo, y la reforma laboral parece cada vez más lejana. La única victoria legislativa significativa ha sido la reforma pensional, cuya sostenibilidad ha sido cuestionada por diversos sectores.
Aquel Pacto Histórico, otrora símbolo de unidad, muestra signos de fragmentación que podrían tener consecuencias devastadoras en las próximas elecciones. La gestión de Petro ha seguido un patrón similar al de su alcaldía en Bogotá, confrontación constante, dificultades en la ejecución y tensiones con aliados. Sin embargo, la escala nacional de la crisis actual magnifica las consecuencias de estas dinámicas.
Ahora bien, el desafío no es solo político sino también de gobernabilidad. Con un gabinete diezmado y una base de apoyo cada vez más estrecha, la capacidad del gobierno para implementar su agenda de cambio se ve severamente comprometida. La pregunta ya no es si Petro podrá cumplir sus promesas de transformación, sino si podrá mantener un gobierno funcional hasta el final de su mandato.
Con esta crisis, se marca un punto de inflexión en la historia política reciente de Colombia. El primer gobierno de izquierda del país se encuentra en una encrucijada donde deberá elegir entre salvaguardar lo que queda de su proyecto político o arriesgarse a un colapso total que podría tener repercusiones duraderas para el futuro de la izquierda colombiana.
